«Lo que esconde Silver Lake» es una cinta tan extraña como hipnótica, una «rara avis» dentro de una cartelera navideña plagada de películas infantiles y algún sonoro «taquillazo». Quizás no era el momento adecuado para su estreno pero esta alambicada historia que ya dejó perplejos a los espectadores de Cannes y Sitges llega ahora a nuestras pantallas y una vez vista parece claro que estamos ante un autor al que hay que tener en cuenta, pues me temo que los años van a convertir «Lo que esconde Silver Lake» en cine de culto.
Su responsable, tanto en el guion como en la dirección, es David Robert Mitchell, un autor que epató hace años a medio mundo con su espectacular «It follows», todo un clásico del terror contemporáneo. Ahora pergeña un lisérgico argumento, lleno de referencias al séptimo arte, surrealismo en estado puro o «realismo mágico». Un cruce entre el cine negro de los años cuarenta mezclado con «Alicia en el país de las maravillas» narrado entre David Lynch y Alfred Hitchcock, como un híbrido de «Mullholland Drive» con «Vértigo» y «La ventana indiscreta». Medio imposible contar de que trata sin destrozar su «libreto» pero cabe decir que el metraje es de dos horas y veinte minutos y su ritmo no decae en ningún momento. Todo tiene un sentido, desde los personajes que se repiten, los guiños a la cultura pop, al cómic, a la música de los noventa y al cine clásico. Para el espectador inquieto va una constante búsqueda de títulos y referencias de la cultura estadounidense pero sin llegar a la pedantería o al falso elitismo, rodeado de suntuosas u horteras fiestas no vistas desde la contempladas por Jep Gambardella en la obra maestra de Paolo Sorrentino «La gran belleza». Y como sucedía en la genialidad italiana también hay crítica a ese mundo artístico posmoderno carente de talento, como vemos en «Lo que se esconde en Silver Lake» con la banda musical pop- gótica llamada Jesus y las hijas de Drácula. Un fraude en toda regla.
La pena es que ese universo apasionante creado por David Robert Mitchell que transita entre el «thriller» y la astracanada al final resulte algo repetitivo y algunas soluciones no estén del todo conseguidas como la desaparición de la enigmática «Mujer Búho». Eso es lo que acabe convirtiendo al filme en una notable propuesta y no sobresaliente. Aunque el sentido de la puesta en escena es virtuoso y Mitchell combina el clasicismo formal con nuevas tecnologías como drones, cámaras deportivas o animación, lo que incluso se convierte en más atrayente, con un adecuado montaje, una fotografía que recuerda épocas pasadas y una banda sonora que recuerda a las compuestas por Bernard Herrmann para Hitchcock.
En cuanto a la labor actoral, el indiscutible protagonista es Andrew Garfield, actor al alza tras sus dos «Amazing Spiderman» y sus magistrales trabajos en el «Silencio» de Scorsese y «Hasta el último hombre» de Mel Gibson. Se esta creando una carrera interesante y aquí está inmenso, como ese joven aburrido sin trabajo que entra en un mundo alucinógeno buscando a una chica que apenas conoce, enlazando pistas y datos como si de un detective privado se tratase. El resto del coral reparto gira en torno a él, entre peligrosos tipos y atractivas mujeres. Todo en el Los Ángeles «hollywoodiense» y alrededores, desde un bloque de apartamentos con piscina que recuerda al de la vieja serie para adolescentes «Melrose Place», que tanto dio que hablar en los noventa. Como es obvio, «Lo que se esconde en Silver Lake» es superior a la mediocre producción televisiva. Estamos ante una película original, algo que tanto escasea en la actualidad con tantas versiones, secuelas o adaptaciones, sin apenas efectos especiales y donde la forma brilla tanto como el fondo. Lo dicho al principio; una «rara avis».
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