La estrategia utilizada para conseguir poder apelando a emociones primarias y argumentos sentimentales es conocida como demagogia. Algo que quiere criticar esta cinta de Adam Mc Kay pero, que es curioso, es lo que utiliza como recurso principal durante las casi dos horas y cuarto de metraje, aunque hay que reconocer que lo cuenta con brillantez merced a un ritmo endiablado, unas sobresalientes actuaciones y una puesta en escena divertida, en la linea de su anterior «La gran apuesta», mezclando «voz en off», rompiendo la «cuarta pared» en un plano final a lo «House of cards», proponiendo finales alternativos a mitad de película o mezclando realidad y ficción, como si de «realismo mágico» se tratase. Se debe reconocer el talento de Adam Mc Kay, del que no tenemos demasiada buena opinión con sus primeras comedias con Will Ferrell (a la sazón uno de los productores del filme, junto con, entre otros, el también actor Brad Pitt) pero que impresionó con su crítica al sistema bancario y a ese lado oscuro de la economía que originó la crisis de hace unos años, tratada como comedia dramática y con la peculiar forma de entender el cine descrita unas líneas más arriba. Parece que Mc Kay quiere convertirse en el cronista de la situación política- financiera de Estados Unidos pero lo que en «The big short» resultaba novedoso y explicaba bien los mecanismos de las turbias operaciones inmobiliarias que crearon el caos mundial, en «Vice» resulta maniqueo y acaba por ofrecer un discurso de buenos y malos, tomando partido con descaro por el bando demócrata y negando cualquier atisvo de grandeza en los republicanos. Y así Nixon y Kissinger conspiran «a solas» para bombardear Camboya sin importar víctimas civiles mientras que Carter apuesta por la ecología colocando placas solares en los edificios gubernamentales, cosa que el «malvado» Reagan retirará. Bush padre bastante tendrá con su descarriado hijo George, que a pesar de su pusilanimidad y mediocre formación llegará a ser presidente, aunque dominado en la sombra por Dick Cheney, otro hombre sin grandes actitudes académicas que a base de medrar, ser fiel al poderoso y una frialdad que roza la enfermedad mental llegará a cotas ilimitadas de poder aunque a un altísimo coste moral, traicionando a su mentor, a su hija o a la nación, asemejándolo a Mussolini como sucedía con el personaje de Alan Alda en «Delitos y faltas». Una historia llena de «clichés», propaganda y discurso tendencioso pero que, sin embargo, tiene ágiles diálogos y situaciones y cameos divertidos como el de Naomi Watts y, sobre todo, el de Alfred Molina en una secuencia hilarante. No es de extrañar que pueda repetir su oscar al mejor guion original como en su anterior largometraje.
En lo que no hay dudas es en el reparto, con dos que repiten con Mc Kay, como Christian Bale, claro favorito para alzarse con la dorada estatuilla y que compone un Dick Cheney memorable y un Steve Carell que le secunda bien como Donald Rumsfeldt, a quien hay que sumar a una extraordinaria Amy Adams, cada vez mejor actriz, que compone a una señora Cheney, auténtico cerebro en la sombra, llena de matices y aristas y, que dentro del perfil ideológico usado, es el mejor parado al ser más inteligente y sensato que su esposo, aunque con las mismas ansias de poder y una moral más pacata y retrógrada.
Mc Kay no ha conseguido el mismo resultado que con «La gran apuesta», al perderse en senderos demasiado ideologizados y que, a buen seguro, gustará al ala demócrata estadounidense y en el caso hispano a todo el seguidor de las corrientes progresistas pero que juzgando desde un punto de vista imparcial se reconoce el mérito y soluciones visuales y las fórmulas utilizadas en el «libreto» frente al contenido obvio de buenos y malos. Tal vez no tan obvio como los documentales de Michael Moore, pero en esa línea de pensamiento de culpar a un lado y exculpar al otro.
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