Andrea está asomándose por primera vez a la vida. Tímida, todavía, nos mira tapándose la boca de morir, porque primero quiere observar. Ver de qué va este mundo antes de intervenir en él.
Su piel de porcelana contrasta con el azul y negro de los ojos, detrás de la cabaña que forma su pelo con el jersey. El mejor hogar de Andrea es ella misma, aunque todavía no lo sabe. Tenemos tantas ganas de vida que olvidamos mirar nuestro funcionamiento, y poder ver así a través de nuestro abismo. Pues ya se sabe que en este sucio mundo, cada movimiento es una cacería.
Andrea se ha hecho sabia en el silencio de la pubertad y está recogiendo muchos datos de la raza humana. De momento tiene más ojos que mirada, que es un órgano más complejo, como diría el poeta, y poco a poco, vestirá esos dos estanques azules con sus decisiones.
No se cree bella, todavía, pero pronto lo comprobará con las reacciones. Cuando interruma la calma, lo insustancial de la vida, con su caminar. Y entonces se peinará un poco, rápidamente, antes de que pase el chico que va a mirarla.
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