“Era nuestro y solo nuestro —nuestro andrajoso himno, nuestro aullido de frustración—, un poema al fracaso y la pérdida, y también un panegírico a la Gran Bretaña envilecida e indiferente que veíamos ante nosotros. Y mientras asestábamos estocadas y pateábamos contra la sombría mediocridad de los tiempos, lo hicimos con un estilo, un espíritu y una energía que acabaron echando puertas abajo y poniendo los cimientos de una música que definió una década”.

Brett Anderson


La frase “Mañanas negras como el carbón” podría ser el leitmotiv de las memorias de Brett Anderson: define los momentos más oscuros, dramáticos y angustiosos de su pasado. Todo sucede antes del destello de las cámaras, las listas de éxito, las giras extenuantes, el fervor de los fans, las críticas despiadadas, la falta de inspiración, el efecto de las drogas y los roces internos, llevaran al ocaso a una de las formaciones más representativas de los noventa. Entre luces, sombras y pérdida, queda lugar para el reconocimiento; triunfar frente a las adversidades que conlleva el camino del estrellato.

Anderson se dirige al lector como si se tratara de un viejo amigo, con franqueza, honestidad y la perspectiva que ofrece el paso del tiempo. Gracias a una prosa elegante, sencilla y sin florituras, las páginas avanzan con rapidez. Incondicional de los Smiths, resulta curioso que Morrissey y Johnny Marr publicaran sus memorias durante los últimos tiempos. ¿Habrán inspirado al cantante a narrar sus recuerdos de juventud para que su hijo pueda leerlos en el futuro?

Criado en una minúscula vivienda de protección oficial situada en el extrarradio de Haywards Healt, entre Londres y Brighgton, dominada por carreteras rurales, vallas metálicas cubiertas de grafitis, bosques y un vertedero de chatarra. Su familia vivía hacinada en un ambiente de penuria, aislamiento y caridad. A pesar de ello, tanto su madre como su padre poseían inquietudes artísticas, detalle que los hacía diferenciarse de los vecinos. Respecto a su infancia, destaca la relación con un padre autoritario que lo marcó profundamente. La obsesión de no cometer los mismos errores que el mismo: un hombre de clase baja, agobiado por la responsabilidad de mantener a una familia, la carencia de empleo estable, una infancia marcada por los abusos de un progenitor alcohólico que dejaron huellas imborrables: decepción, rabia y amargura. Por otra parte, fue un gran amante de la música clásica que admiraba a Wagner, Berlioz, Brahms, Chopin y Liszt; su influencia sería notoria en el sonido de Suede. Basta con escuchar las grandilocuentes orquestaciones que han ostentado durante toda su carrera.

El descubrimiento de la música, como no podía ser de otro modo, llegó durante la adolescencia del cantante. En una Inglaterra de posguerra devastada por la pobreza, los altos índices de desempleo, huelgas y el gobierno despótico de La Dama de Hierro, el punk de Crass, Discharge, UK Decay, Sham 69, Cockney Rejects, Buzzcocks y el Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols como buque insignia, era la mejor manera de escapar de una vida gris y rutinaria. Rebeldía, pasión, despecho hacia un sistema laminador y corrupto. Gracias a su hermana, Anderson se interesaría por formaciones como Roxy Music, Iggy Pop, Jefferson Airplane, T-Rex, Led Zeppelin y los Who. Bowie y los Smiths serían sus ídolos de cabecera durante décadas.

Nostálgico y emotivo a partes iguales, Anderson rememora paseos sin rumbo por las calles de Londres, los tiempos de universidad, noches de fiesta, apartamentos alquilados, ropas de segunda mano compradas en mercadillos, relaciones personales rotas, debacles amorosos y la muerte de seres queridos. Todo tipo de personajes marginales —drogadictos, hippies, okupas, parados, artistas y estudiantes fracasados— formarían el imaginario de sus composiciones más celebradas. Inevitablemente, las circunstancias, el entorno y lo personal, sirven de lienzo para la creación artística.

Los primeros pasos de la banda fueron erráticos: canciones flojas, pubs vacíos, público indiferente. Solo quedaba la opción de trabajar duro. Instrumentos baratos, locales de ensayo de mala muerte que hedían a sudor, fracaso y colillas. Temas como “Wonderful Sometimes”, “Be My God”, “Art”, “Going Blonde”, “Natural Born Servant”, “She’s a Layabout” o “Just A Girl”, se encontrarían por debajo de los estandartes de las canciones que los lanzarían a la fama. Excepto esta última, jamás han sido editadas de forma oficial. Joven e ingenuo, sin conocimientos musicales y escaso de ambición, el cantante reconoce que el guitarrista Bernard Butler tenía más talento que el resto del grupo y que, gracias a su constancia, los impulsó a mejorar. Por suerte las joyas de las se enorgullece sin reparos no tardarían en ver la luz: “Metal Mickey”, “So Young”, “My Insatiable One” o “Animal Nitrate”.

Rupturas sentimentales (“Pantomime Horse”, “To The Birds”, “He’s Dead”), amores pasajeros (“The Drowners”), amas de casas deprimidas adictas al Valium (“Slepping Pills”, “The Two Of Us”), amigos de infancia hundidos en la depresión (“Breakdown”, “Simon”), setas alucinógenas (“Where The Pigs Don’t Fly”), el fallecimiento de su madre víctima de cáncer (“The Next Life”), la magia y miseria de Londres (“She”, “This Time”, “By The Sea”), violencia juvenil (“Killing Of A Flashboy”), vecinos aniquilados por el VIH (“The Living Dead”) y el suicidio de familiares (“She’s Not Dead”). En cierta forma, Anderson se muestra arrepentido por utilizar las desdichas e intimidades de terceras personas para componer sus canciones. ¿Acaso importa la fuente cuando el tema es inolvidable?

Anderson se abstiene en hablar de forma negativa de antiguos miembros de Suede: Bernard Butler o su novia por aquel entonces, Justine Frischmann (futura líder de Elastica), para no alimentar los tabloides. De hecho, ni siquiera menciona el nombre de Damon Albarn (vocalista de Blur) que, movido por los celos, la competitividad y el elevado número de ventas que despacharon con el homónimo Suede (Nude Records, 1993), no dudó en proporcionar carnaza a los medios con declaraciones polémicas: «La heroína es una mierda y sé que Brett Anderson toma heroína, así que él también es una mierda». La imagen que la prensa amarillista forjó sobre Frischmann —niña pija arribista que empezó a salir con Albarn porque este tenía más éxito comercial y podía ayudarla a impulsar su propia carrera— perdura en la actualidad. Respecto a Butler, diferencias creativas lo obligaron a abandonar la banda durante la tormentosa grabación de Dog Man Star (Nude Records, 1994); elepé que con el paso de los años ganó la condición de clásico y obra maestra de Suede. El cantante y Butler volverían a trabajar juntos una década después en el proyecto The Tears. El presente es lo único que importa; no es necesario abrir viejas heridas.

La imagen decadente, hedonista, sofisticada y glamurosa de la formación fue un invento de la prensa. Marginales desde el primer momento, fogueados por años de rechazos por parte de las compañías discográficas, promotores de conciertos y dueños de locales, poco tenían que ver con la Inglaterra patriótica y futbolera, de cerveza en vasos de plástico, camaradería, Union Jack, masculinidad y ordinariez. Cuando el sonido revisionista del Britpop se encontraba en su máximo apogeo con Oasis (los Beatles), Blur (los Kinks), Pulp (David Bowie) o Radiohead (Pink Floyd), pocos reconocieron que Suede fueron precursores de aquel movimiento cuya influencia perdura en la actualidad en Coldplay, Keane, The Libertines, Snow Patrol, The Strokes, Kaiser Chiefs, Arctic Monkeys, The Killers, Bloc Party, The Hives o Kasabian.

Todo termina cuando la famosa cabecera del Melody Maker (25/04/1992) los puso en el punto de mira de la industria declarando que eran “La mejor nueva banda de Gran Bretaña”. Aún no había salido a la venta su primer single. Las expectativas se dispararon. El grupo ha firmado con Nude Records y el futuro resulta prometedor: ambigüedad sexual, controversia, glam, premios, histeria colectiva, papparazis, Suedemanía. Brett Anderson ha confirmado la segunda parte de sus memorias para otoño del próximo año: Tardes de persianas bajadas (Editorial Contra, 2019). La historia solo acaba de empezar.

Autor:

Alexis Brito Delgado (Tenerife, 1980). Escritor, amante del cine y fanático de David Bowie, los Smiths, Iggy Pop, Nick Cave, Depeche Mode, la Velvet Underground, R.E.M. y The Verve, entre muchos otros. Autor de las novelas “Wolfgang Stark: El último templario”, “Gravity Grave” y “Némesis”.

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