Nada más volver de girar por Europa, se pusieron manos a la obra. No querían tardar en comenzar a componer nuevas canciones. Presentían que su momento tenía que llegar. Le pusieron las cintas con el nuevo material al por entonces manager Brian Slagel, y éste, una vez que consiguió soltar las manos de la silla donde se había agarrado después del impacto recibido por las canciones, supo de inmediato que debía ponerse manos a la obra para buscar el productor y la compañía idónea para un disco que podía y debía marcar una época.
Rick Rubin se matriculó en la universidad en New York, pero donde recibe las mejores clases es en el Max’s Kansas City y en el CBGB’S. Muy metido por entonces en la historia punk y hardcore, incluso forma su propia banda, pero pronto en su camino se cruza el hip hop que por entonces se convertía en voz de los barrios, en la rima peligrosa de las zonas marginales de la ciudad. En su dormitorio con un multipistas monta su propia discográfica Def Jam Recordings junto a Russel Simmons grabando a LL Cool J y a Beastie Boys a quienes convence para dar el paso del hardcore a la fusión con el hip hop. En 1986, Rubin se encuentra preparando los trabajos de Run DMC y de Beastie Boys.
Cuando a Jeff Hanneman le dicen que Rubin será el productor de su nuevo disco, no queda muy satisfecho. Ellos querían crear una obra maestra en el mundo del metal, el disco más rápido que cualquier fan – de una música que volvía a recuperar su estigma de ser peligrosa y antisocial – sintiese como suyo. Un disco que molestase a la mayoría moral. La influencia tanto del heavy metal clásico europeo como la escena hardcore y sobre todo bandas como D.R.I. que proponían cohabitar en ambos mundos eran la meta a seguir por el cuarteto. Con el satanismo en sus letras decidieron que pasaría a formar parte de su pasado al menos como un todo en cuanto a lírica. Esta vez querían demostrar que el mal que era capaz de desarrollar el hombre era superior al que era capaz de infligir el Diablo, en cualquiera de sus concepciones.
El padre de Hanneman había combatido en la gran guerra y sus hermanos, en Vietnam; por lo que la guerra era algo que había golpeado su hogar y el guitarrista estaba dispuesto a utilizarlo como arsenal para sus canciones. Cuando Slayer llegaron al estudio todo salió casi rodado, la banda iba con todo el material preparado, trabajado, dispuesto para dinamitar el mundo del metal. Rick Rubin consiguió que a pesar de la velocidad del disco -Slayer pasaron de las típicas y naturales secuencias de 8 repeticiones del mismo riff a seis- porque junto a Howie Weinberg eliminaron el reverb del sonido, excepto a un par de intros. Los ingenieros de sonidos al ver en los monitores que las diez canciones que tenía el disco no llegaban a ocupar 29 minutos se miraban sorprendidos. Rick Rubin le espetó a la banda: «¿Os dais cuenta lo corto que es esto?», a lo que ellos respondieron orgullosos: ¡Y que!
Cuando Kerry King escuchó el resultado final solo puedo exclamar: «wow, como no se nos ocurrió esto antes» . «Reign in blood» era capaz de sonar como el disco más brutal grabado hasta la fecha, y a la vez uno era capaz de distinguir cada instrumento, cada movimiento. Para Rubin y su discográfica, era la primera vez que se internaban en el mundo del metal, y lo hacían por la puerta grande. La portada del disco se la encargaron a Larry Carroll, que inspirado en la impresionante maldad que desprendía «Reign in blood» confeccionó un collage con demonios, sufrimientos, sombreros papales y penes en erección. La reacción de Slayer ante el art work que debía ser la introducción al mundo de su nuevo disco no fue nada buena, pero cuando uno de ellos se la enseñó a su madre y esta le dijo que aquello era una cosa muy desagradable, comprendieron que era la portada adecuada.
El disco contenía uno de las canciones más reconocidas y a la vez polémicas de la historia de la banda «Angel of death», que describía las atrocidades de Josef Mengele en Auschwitz. CBS se negó a editar el disco acusándoles de hacer apología del nazismo. No fueron los únicos que atacaron a la banda aduciendo que en ningún momento condenaban las acciones del carnicero nazi. Como los propios Slayer dijeron, no era necesario decir que Mengele era un criminal porque cualquiera en su sano juicio lo daría por hecho, así que describieron el horror de aquellos días en el campo de concentración. Slayer siempre han reconocido su filiación a la derecha más conservadora, pero como ellos mismos dicen, cómo vamos a ser racistas, si nuestro bajista y vocalista, Tom Araya es chileno. Por cierto, el propio Tom, católico declarado, no tenía reparos en cantar canciones contra el cristianismo como «Jesus Saves».
Durante la gira de presentación del disco, «Reign in pain», Dave Lombardo decidió abandonar la banda porque reconoció que a pesar de las expectativas levantadas por un disco al que publicaciones tan relevantes en aquellos días como Kerrang lo describían como el disco más duro jamás editado en el mundo del metal, o Metal Hammer clamaba a los cuatro vientos que era el mejor disco de heavy metal grabado en los últimos veinte años, el caso es que la banda no veía dinero, y aquello del reconocimiento, no se traducía en sus cuentas corrientes. Pero en 1987 Lombardo afortunadamente regresa a Slayer. El culpable, de nuevo, Rubin, que se presentó en casa del batería en su flamante Porsche y lo llevó a ensayar con el grupo. Slayer seguirían en su ascenso en el mundo del metal, ya con los sonidos más potentes formando parte incluso de la parrilla de la televisiva MTV, a la que pretendieron por el alabado y criticado a partes casi iguales «South of heaven». Pero eso ya es otra historia.
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