Comentábamos en su momento lo mucho que nos había interesado el «Juana, La Loca» de Angie Cortejosa, joven actriz y directora escénica andaluza que conseguía un logrado monólogo donde plasmar su talento tanto encima de las tablas como con sugerentes propuestas visuales, por lo que despertaba la curiosidad comprobar que sorpresa nos deparaba su nuevo montaje; nada menos que «La casa de Bernarda Alba» de Federico García Lorca, en el Teatro Principal de Puerto Real (Cádiz)
Y Cortejosa vuelve a salir victoriosa del complicado envite, pues consigue dar una «vuelta de tuerca» más al drama lorquiano suprimiendo a buena parte de los personajes, centrándose en Bernarda Alba y «La Poncia», figura que intenta interceder en el opresivo ambiente familiar como el prefecto romano del cual deriva su nombre. Una propuesta, que si bien es cierto que aligera el texto, no pierde nada de la esencia del autor granadino y en su hora de duración se nos explica la tragedia de forma admirable, dando más peso que en el original a «La Poncia» que sirve de nexo de unión entre la matriarca y las inexistentes hijas y a María Josefa, la trastornada abuela que se revela casi como un coro griego, un oráculo que sirve para advertirnos el fatídico final, tal vez la parte con más tintes trágicos, entendiendo como tal el que lo funesto sea cuestión del sino y no de la libre elección, , ya que entendemos como tragedia otras obras como «Yerma» y sobre todo «Bodas de sangre» (-Que yo no tengo la culpa, la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas-). Una idea que desarrolla Cortejosa en su dramaturgia, otorgando una visión bien articulada dentro del admirable drama y que ofrece una puesta en escena innovadora dentro de la economía de medios en la que cimenta el edificio.
La escenografía es simple pero eficaz con una gran verja, casi siempre cerrada como entrada a la casa y dos ventanas enrejadas en los laterales, con lo que consigue mantener ese encierro en sus dos vertientes, tanto dentro de las paredes como en el interior de las mujeres, a modo de cárcel, de presidio del que es difícil salir y más desde la aparición de Pepe «El Romano» que lleva al suicidio de Adela como única forma de huir del lugar. Otros puntos a su favor, es el buen uso de la luz y de los elementos visuales y sonoros, que tanto gustan a la gaditana y que hemos podido contemplar en sus dos montajes. De hecho, esta «La casa de Bernarda Alba» comienza con una versión flamenca del tango «Volver», un delicioso inicio que consigue el mismo efecto que en la película de Almodovar de título homónimo, otro drama de mujeres ambientado en el mundo rural. No es el único interludio musical, pues con la voz de Rocio Cortejosa se van separando los actos y escenas, junto con el cinematográfico «fundido a negro».
Capítulo aparte merecen las interpretaciones, pues tanto Zoraida Casas como Angie Cortejosa están lejos de los sesenta años que reflejan sus personajes pero ninguna de las dos tiene el más mínimo problema en transmitir todos los matices a los que dotan a su Poncia y su Bernarda, una más sosegada y ecuánime y la otra arisca y amargada, sensación que se acrecenta con una cojera ayudada de bastón para caminar, como una versión campesina e irascible del Dr. House, lejos de la Irene Gutiérrez Caba del largometraje de Mario Camus de finales de los ochenta, ya que estamos con referencias cinéfilas, que por cierto se rodó en alguna población de la Sierra de Cádiz. Provincia donde está afincada esta compañía que empieza a labrarse un nombre en el proceloso mundo de las artes escénicas. Lo merecen, pues se nota la pasión desbordante por el teatro que baña cada una de sus representaciones.
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