En su «Ética» definía Baruch de Spinoza al amor como «una alegría acompañada por la idea de una causa exterior» y al odio como «una tristeza acompañada por la idea de una causa exterior». Dos pasiones que es sencillo que sean fuertes y a poco que uno no las controle pasan de una a otra sin remedio.
Es lo que sucede en esta estupenda película del ruso Andrei Zvyagintsev, un director que maravilló con su «opera prima» «El regreso» en el 2003 y que confirmó con su anterior «Leviatán». Una trayectoria con la que ha ganado premios desde Venecia a Cannes y múltiples festivales de menor resonancia, junto a nominaciones a los BAFTA, Globos de Oro y el Oscar a la mejor cinta en habla no inglesa. Cosa que ha vuelto a repetir tras «Leviatán» con esta «Sin amor», un largometraje donde como se cuenta es superior a lo que se cuenta. Y eso que la historia es fascinante. Un matrimonio a punto de divorciarse ve como desaparece el único nexo que les queda en común; su hijo. La búsqueda se convierte en un infierno para los dos, ya que lo peor de sus caracteres sale a relucir.
Es admirable ver lo bien definidos que están los dos protagonistas y comprobar como durante las algo más de dos horas de metraje su equilibrio emocional se va tambaleando. Al inicio comprobamos como no se soportan, apenas se dirigen la palabra pero aguantan ya que una vez que vendan el piso familiar podrán rehacer sus vidas junto a sus nuevas parejas, un hombre más maduro y con mejor posición económica y una compañera de trabajo a la que ha dejado embarazada. De hecho, la negligencia que da pie al drama viene al no dormir esa noche ninguno en el domicilio familiar tras la enésima riña. El hijo que lo ve todo y que apenas habla con sus padres, desaparece una mañana sin dejar rastro. A partir de ahí, Zvyagintsev une las dos posibles tragedias: la policial, buscando pistas e interrogando gente que pueda saber del paradero del chico y la personal, con los dos «enemigos íntimos» sin poder parar de reprochar conductas y utilizar su pasado juntos como «arma arrojadiza». El guion de Oleg Negin y el propio Zvyagintsev está bien estructurado y a pesar de que los secundarios tengan un menor peso, potencian a los dos papeles principales, encarnados a la perfección por Maryana Spivak y Vladimir Vdovichenkov, que repite con Zvyagintsev tras «Leviatán».
Pero en lo que sorprende «Loveless» es su puesta en escena que como sucedía en «El regreso» recuerda en más de un momento al mejor Tarkovski, incluso en la maravillosa banda sonora de Evgueni y Sacha Galperine, a la altura de las de Edvard Artemiev, donde la cuerda y el piano se imponen a la orquesta. Si en el autor de «Sacrificio» era inmensa su forma de narrar, con nunca superados planos secuencia y fijos que llegaban a trascender el propio cine como arte, Zvyagintsev intenta emular a su referente creando algunos planos de una hipnótica belleza, largos y acompasados, consiguiendo que los grises de la ciudad sea un retrato de la psicología de los protagonistas, como creaba Tarkovski ese pueblo sucio y vigilado de «Stalker» en contraposición a la «Zona», impresionante en su vegetación e inmensidad pero peligrosa, como sucede con el nevado bosque, con una secuencia espectacular donde desde un plano fijo de larga duración empieza la búsqueda del chiquillo con una pequeñas figuras humanas llegando desde el fondo. Todos los parajes nevados se convierten en una metáfora de la relación del hombre y la mujer que soportan su frío invierno interior, como Tarkovski reflejaba los miedos en el agua, desde «La infancia de Iván» a «Sacrificio», pasando por «Solaris» o «Nostalgia», cosa que advirtió Akira Kurosawa, cuando aseguró que era el director que mejor había filmado el agua. Zvyagintsev sigue esa linea y su propuesta es de lo mejor que podemos ver en la cartelera actual
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