El gran momento de la realizadora germana Doris Dörrie llegaba a mediados de los ochenta con la comedia «Hombres, hombres», un éxito al que siguió «Lo mío y yo» unos años después. Unas producciones que se mantenían tiempo en las programaciones de los cines llamados de arte y ensayo y que dieron un impulso al nuevo cine alemán, con gente como Percy Adlon y su «Bagdad café», una inteligente comedia dramática y los consagrados Werner Herzog o Wim Wenders que en aquellos años estrenaban «Cobra verde» y «El cielo sobre Berlín». Solo son ejemplos de unos cuantos directores que con el paso del tiempo han sido olvidados en las carteleras y, sobre todo, los dos últimos han dado ese paso hacia la posteridad en el séptimo arte, con productos más dramáticos que las comedias más ligeras de Dörrie y Adlon. Eso sí, lo que une a los dos mencionados con Herzog es su amor a la ópera y, es curioso, pero he asistido a tres representaciones distintas con puesta en escena de ellos. Desde un «Tannhäuser» de Wagner en el Real de Madrid dirigido por Werner Herzog a un «Cosi fan tutte» de Mozart en la Stadtoper de Berlín con dirección escénica de Doris Dörrie pasando por un «Elixir de amor» de Donizetti también en el templo de Unter der linden con Percy Adlon al mando, aunque todas estas producciones son de finales de los noventa a principios del siglo XXI.
El caso es que Dörrie más de cuarenta años después sigue en activo y proponiendo largometrajes como este «Recuerdos de Fukushima», una película de mujeres en un contexto imposible, ya que narra la improbable amistad de una joven activista alemana con una anciana japonesa, última geisha en la zona de exclusión de Fukushima. Cinta ligera pero con un fondo que parece ofrecer más de lo que da, pues lo más interesante en comprobar como pueden desprenderse de una carga y una culpa difícil de redimir aunque ni la occidental ni la oriental parezcan saber como superar esos problemas y diferencias, tanto de pasado como de actitud.El peso de la trama lo llevan las dos actrices protagonistas, la más joven Rosalie Thomas y la veterana Kaori Momoi, que sobrellevan sin problema sus respectivos papeles, bien interpretados pero llenos de clichés vistos una y mil veces que sumados a una incomprensible fotografía en blanco y negro acaba por distanciar al espectador. Y es una pena, pues a pesar de un interesante arranque donde un grupo de voluntarios de una ONG viaja a la devastada Fukushima para alegrar a los habitantes de la zona la historia va avanzando con altibajos, y a algunas buenas soluciones como un hombre vestido de gato que parece conducir al mundo creado por Lewis Carroll o la primera actuación de la protagonista, un fracaso al no recibir ningún aplauso tras una «bobada» escénica se pierde con situaciones inverosímiles y un tono algo pesado. Lo que consigue que el resultado final se quede a medias y a pesar de aprobar quede la impresión de que el argumento daba para más aunque es una alegría ver que alguién como Dörrie sigue creando puestas en escena y propuestas interesantes con su pequeño punto de carga crítica donde observamos a esos activistas que creen que pueden «salvar almas» en recónditos lugares mientras apenas pueden mantener una mínima coherencia en su propia existencia. Un ejemplo para los demás aunque nada para sí mismos. la vieja cantinela de «haz lo que yo diga no lo que yo haga» que tanto vemos y escuchamos a este tipo de «salvamundos». Y ¡ojo! que hay gente maravillosa y que dan todo lo que tienen por los demás en este mundo de la solidaridad.
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