En su interesante ensayo «Los fabulosos años del New Hollywood», Ángel Comas defendía a Steven Spielberg como uno de los renovadores de la industria norteamericana en esas dos décadas entre los sesenta y los ochenta del siglo pasado que revolucionaron los conceptos cinematográficos y donde se consiguió aunar rentabilidad y espectáculo con inquietudes sociales, artísticas y políticas. Una nueva realidad que dinamitaba el sistema de grandes productoras obsesionadas con el único objetivo del rendimiento económico.
Al ver «Los archivos del Pentágono» no pudimos evitar pensar en esos cambios plasmados y como en esta época su propuesta puede enmarcarse dentro del «clasicismo» pues su puesta en escena conserva el aroma inconfundible del cine de antaño y se desmarca de la forma de rodar y narrar con imágenes de los nuevos valores y talentos actuales preocupados por otros temas y otros movimientos de cámara. En este tipo de películas, Spielberg se convierte en el último bastión, junto a Clint Eastwood y Woody Allen, del cine clásico. Y se agradece, pues formalmente «The post» es una extraordinaria cinta, donde en dos horas el autor de «Tiburón» nos ofrece un curso acelerado de como mantener la tensión mediante imágenes, lo que llamamos puesta en escena entendiéndola, en palabras de Andrei Tarkovski en su imprescindible libro «Esculpir en el tiempo», como movimiento de objetos y personajes a voluntad dentro de la superficie de la toma. A ello se suma la destreza de sus habituales como el montaje de Michael Kahn, la excelsa fotografía de Janusz Kaminski o la banda sonora de John Williams, mezclada con una ambientación impecable y unos actores en estado de gracia encabezados por Tom Hanks y Meryl Streep, acompañados por una pléya de de buenos secundarios como Bob Odenkirk, Bruce Greenwood, Jesse Plemons o Sarah Paulson en una historia que dignifica un tipo de periodismo; tal vez, más antiguo donde el redactor lucha por la verdad y la máxima objetividad frente al discurso más sensacionalista e ideológico en la actualidad. Nos gusta ver como la crítica es a una buena parte de las administraciones anteriores, incluido el intocable Kennedy al que le lanzan un par de dardos envenenados, aunque el peor parado sea el siempre criticado Richard Nixon que aparece en la película siempre escondido, de espaldas, intrigando por teléfono en las escenas más maníqueas del largometraje que finaliza con el inicio del «Watergate» y dejando con ganas de llegar a casa y revisionar «Todos los hombres del presidente».
Nos alegra comprobar como Steven Spielberg sigue creando historias fascinantes, donde a pesar de sus excesos melodramáticos sigue teniendo esa facilidad para crear emoción y que un tema tan americano como el que cuenta «Los archivos del Pentágono» consiga interesar a cualquier neófito de la historia reciente estadounidense, aunque hayan pasado más de cuarenta años. Sorprende que no esté nominado a mejor director, solo ha conseguido película y actriz, y una cuantas candidaturas técnicas, aunque se puede entender al pertenecer a un tiempo que es probable que no vuelva, como le sucedía a Chateabriand en el inicio de sus «Memorias de ultratumba».
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