En 1985, Lasse Halstrom se unía a la corta lista de directores suecos nominados al Oscar al mejor director, junto a Jan Troell (“Los emigrantes”) e Ingmar Bergman (en tres ocasiones, por “Gritos y susurros”, “Cara a cara” y “Fanny y Alexander”). Ese definitivo “espaldarazo” llegaba con “Mi vida como un perro”, sobre un problemático preadolescente que a raíz de la muerte de su madre empieza a ladrar y comportarse como un cánido. Tras ganar multitud de premios, entre ellos el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa (inexplicablemente Suecia no envió a los Oscars “Mi vida como un perro”) y un par de cintas más en su país natal, Halstrom marchó a trabajar a Estados Unidos, donde ha conseguido mantenerse en el candelero, con un estilo sentimental, alternando la dulzura con momentos que buscan la lágrima que le ha granjeado un enorme prestigio en Hollywood, consiguiendo colocar sus largometrajes en la carrera por la dorada estatuilla, consiguiéndolo en ocasiones (“Las normas de la casa de la sidra”, “Chocolat”…) y fracasando en otras (“Atando cabos”, “La pesca del salmón en Yemen…). Cine con un perfecto envoltorio, muy del gusto de los académicos.
Con los años y con la entrada de nuevos directores su nombre ha ido decayendo en este tipo de producciones pero su estilo manierista, buscando las emociones más primarias le han hecho un especialista en plasmar en imágenes las románticas historias de Nicholas Sparks (“Querido John” y “Un lugar donde refugiarse”) y volviendo al espíritu de “Mi vida como un perro”, cintas protagonizadas por este tipo de animales, como fue “Hachiko: siempre a tu lado”, donde era complicado no emocionarse ante la epopeya del Akita que pierde a su dueño, esperándolo en la estación de tren hasta su muerte. Con “Tu mejor amigo” intenta seguir esta estela, narrándonos la vida de una mascota que durante cuatro reencarnaciones va pasando de un amo a otro, teniendo experiencias muy diferentes que va recordando en pos de encontrar su sentido vital. Cine amable, donde la “voz en off” del perro va narrando sus cien minutos de duración, explicando cosas que hacen los humanos y él no entiende como sucedía con el bebé de “Mira quien habla”. Y no el único recurso que ha utilizado de una comedia, pues en la novela de David Safier “¡Muuu!” se utilizaba lo de recordar las reencarnaciones en distintos animales (aquí distintas razas). El problema es que el guion no llega al buen hacer de “Hachiko” y la dirección es bastante peor, limitándose Halstrom a una puesta en escena efectista, buscando la lágrima fácil en las distintas muertes pero con menos recursos cinematográficos, basándose en la nostálgica partitura de Rachel Portman, la colorista fotografía de Terry Stacey, un especialista en este tipo de títulos (junto con las últimas de Halstrom cabe reseñar “Postdata: te quiero”) y la interpretación de los animales, que ya se sabe que amaestrados resultan conmovedores. Bien dijo Alfred Hitchcock aquello de “no trabajar ni con animales, ni con niños ni con Charles Laughton”. De hecho entre los humanos el único rostro conocido es el de un envejecido Dennis Quaid.
Lasse Halstrom sigue apelando a buscar nuestros sentimientos más básicos, pero ya se sabe que este tipo de cine tiene su público y eso le da la posibilidad de seguir trabajando, lejos ya de ese final de los ochenta cuando el cine nórdico acaparaba premios y prestigio, como con “Mi vida como un perro” o los dos Oscars seguidos para Dinamarca con aquella obra maestra de Gabriel Axel titulada “El festín de Babette” o la enorme epopeya de Bille August “Pelle, el conquistador”. Parece claro que ese cine no va a volver para Lasse Halstrom, aunque en la actualidad por lo menos dirige productos bien realizados aunque la historia falle, bonitos envoltorios sin un contenido similar.
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