“Remake” innecesario, el que ha dirigido Sofia Coppola, aunque no exento de ciertas virtudes que le dan cierto empaque y prestancia. Comencemos por lo bueno. El gusto por la estética es innegable y muchos de los exteriores están rodados con enorme acierto, con preciosos claroscuros y una atmósfera pesada y moralista donde se intuye el peso de esa estricta moral que limita los deseos de las habitantes del internado. Un gran trabajo de fotografía de Philippe le Sour, comparable a la excepcional “Picnic en Hanging Rock” de Peter Weir, tal vez el mejor ejemplo de sexualidad contenida que se haya rodado jamás. En ello y en el preciosista trabajo de ambientación y dirección artística es donde Coppola dota a su puesta en escena de valor y talento y aunque intenta distanciarse del original de Don Siegel del 71, la comparación no resiste en ningún momento. Y es que la cinta protagonizada por Clint Eastwood poseía una maldad y unos argumentos políticamente correctos que aquí no vemos. Ejemplo claro era la primera secuencia donde bajo un bosque y en una escena que parecía sacada del cine de terror, el protagonista besaba en los labios a un preadolescente, niña que enamorada llevaba al enemigo a su residencia para que este despertarse los instintos sexuales de todas las señoritas, profesoras y alumnas, de la casa. Todo contado desde un prisma casi irónico y con la habitual maestría de Don Siegel, uno de esos nombres a reivindicar e injustamente tratado. Todo eso queda obviado en la nueva versión, y aunque no se toma partido por ningún personaje, ninguno tiene el interés y está definido como en el largometraje de 1971. Y pienso que así lo ha querido su realizadora, pues obvia los flash backs y de forma deliberada crea la tensión con diálogos donde la educación y las buenas formas son utilizados para la seducción, a la que alude el título, y donde la edición y muchos de los planos mantienen un discurso casi teatral, llenos de planos y contraplanos, apenas saliendo de los límites de la sureña mansión, pero con un guion donde todo transcurre dentro de los límites aceptables por la “policía de la moral” que impera en la actualidad, no vaya a ser que se emita el dictamen de corrupción de menores, misoginia o algún postulado similar. De hecho, lo comprobamos en la interpretación, donde Colin Farrell evoluciona a raíz de un desafortunado incidente, donde culpa a unas mujeres por haberse acostado con otra más joven en vez de con ellas, pero alejado de la “mala leche” que gastaba Clint Eastwood, tipo más ambiguo y más manipulador o en esa Geraldine Page que encarnaba todos los valores caducos e hipócritas del “puritanismo” al que se criticaba frente a una Nicole Kidman, hierática y sin más peso que el de tener la capacidad de elegir, al ser la dueña de la casa. Sí resiste la comparación, una buena Kirsten Dunst contra Elizabeth Hartman y Elle Fanning, una “bomba de relojería” cada vez que aparece, aunque su papel quede limitado al de Jo Ann Harris de “El seductor”, es de lo más interesante y sugerente dentro de los actores.
Una propuesta donde la técnica prevalece sobre la historia y donde Sofia Coppola prefiere la realización al guion, aunque esto haga que en su poco más de hora y media existan pasajes que hagan decaer el tono y que esta “la seducción” acabe convertida en un producto irregular, muy en la línea de anteriores trabajos de la neoyorkina, tipo “Las vírgenes suicidas” o “María Antonieta” y lejos de “Lost in translation”, su hasta ahora mejor película. Ideas visuales y talento tiene, pero acaba supeditando el argumento a un “barroquismo” y una idea de incomunicación en los personajes que en más de un momento no tiene razón de ser. Y más si encima tenemos otro filme donde comparar.
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