Me dirigía hacia Central Park, cuando me topé con un viejo amigo Gaucho, que estaba tomando Tequila José Cuervo en una terraza, le ofrecí un Pretzel, lógicamente, ya que sabía que le gustaban.
Me acomodé a su lado, y me contó que durante uno de sus sucios trabajos, presenció algo único, un divorcio haitiano. Era un viejo amigo que me estuvo diciendo que yo era un genio desde los diecisiete años, pero el viaje que hicimos a Holywood y a las cuevas de Altamira está grabado en mi memoria y, después de todo, también lo que hemos hecho y visto. Lo del divorcio haitiano me lo tuve que creer. Tenía el alcohol que necesitaba, todo lo que el dinero puede comprar y una camiseta de Steely Dan.
Me dijo Rikki, no pierdas ese número, no querrás llamar a nadie más, mándatelo a ti mismo por carta, tengo un amigo en la ciudad. Ha oído tu nombre. Le respondí que gracias, que me moría de ganas de ser una estrella y hacer reír. Me da igual que ustedes me llamen tonto, que es un plan de locos. Este, lo es de verdad, ya he comprado el sueño.
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En la colina, la gente nunca se mira, a ellos simplemente no les importa nadie, pero cuando Josie vuelve a casa, es el orgullo del barrio, es la llama de primas, el cable de alta tensión.
Pero volviendo atrás, al año 67 por aquel entonces, yo era el dandy de Gamma Chi y bueno, debería saber que sólo fue un espasmo y que ya no soy lo que solía ser, que el amor no es un juego de tres. Tú, yo y Steely Dan.
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