Pongámonos sobre antecedentes. Michael Crichton (1942-2008) fue médico de profesión aunque se hizo famoso como escritor. Conocido como el padre del techno-thriller, varias novelas suyas han sido llevadas al cine como La amenaza de Andrómeda, El gran robo del tren, Parque jurásico, Congo, Acoso o Esfera. Así mismo plasmó buena parte de sus experiencias como residente en un hospital en la excelente serie Urgencias (ER). Pero Crichton también llegó a escribir y dirigir películas como Coma (1978) o Westworld (Almas de metal, 1973) protagonizada por Yul Brynner y James Brolin.
El film de Crichton planteaba una buena idea pero su desarrollo se antojaba insatisfactorio. Un enorme parque temático en el que los visitantes pueden optar por diversos ambientes en los que sumergirse y vivir aventuras: el oeste americano, la antigua Roma o la Edad Media. Los visitantes al gran parque de atracciones interactúan con robots de apariencia totalmente humana que les sirven de huéspedes. Obviamente estos robots tienen una programación que les impide dañar a los humanos. El film de Crichton se podría interpretar como una metáfora de la sociedad de la época. La bonanza económica (que se truncó precisamente con la crisis del petróleo de 1973) hizo surgir nuevas formas de ocio como los parques temáticos o los cruceros en los que el ciudadano de a pie podía evadirse de su realidad. Lamentablemente, la creación de esos paraísos artificiales no está exenta de peligros, algo sobre lo que Crichton volvió a incidir en Parque jurásico. Westworld no era ninguna maravilla, visto hoy se ve anticuado e inocuo, pero en su día me causó un gran impacto. Ya sabemos lo impresionables que son las mentes de los niños, pero esa imagen de Yul Brynner como implacable pistolero metálico me marcó de por vida. Al menos, Crichton presentaba la posibilidad de que el ser humano se viera sobrepasado por las máquinas destinadas al ocio.
Westworld, la serie, triunfa donde el film original fracasó. Por algo están entre los productores ejecutivos Jonathan Nolan (hermano y coguionista de Christopher Nolan) y JJ Abrams (Perdidos, El despertar de la fuerza), dos tipos más que experimentados en unir espectáculo y calidad. Westworld, se introduce en los tortuosos pasillos de la mente humana y la conciencia mientras ofrece un gran espectáculo heredero del mejor Sergio Leone. Estamos ante un elaborado ensayo sobre la inteligencia artificial. Una vez más nos vienen a la mente las 3 leyes de la robótica de Asimov y el universo de Arthur K. Dick en Sueñan los androides con ovejas eléctricas. Westworld hereda de Dick la sensación de que nada es lo que parece, todo puede ser mentira, el espectador/lector no sabe a qué atenerse. Ya desde el primer episodio intuimos que algo no va bien en el parque. No puedo negar que, como todo buen laberinto, Westworld tiene sus trampas y juega con la percepción del espectador, pero lo hace de forma muy inteligente. Una y otra vez asistimos a un infinito bucle perfectamente definido, todo se repite pero nunca es exactamente igual. Siempre hay un detalle disonante que nos indica que no todo es igual. El formateo de un disco duro nunca es total, siempre quedan reminiscencias del pasado. Sin memoria no hay personalidad. Lo cual nos lleva a la eterna pregunta sobre la inteligencia artificial y la toma de conciencia. Una vez más volvemos a Philip K. Dick.
Se dice por ahí que el desarrollo de West world es excesivamente lento y que hasta el cuarto episodio la acción no empieza a desarrollarse. No estoy de acuerdo. A mí Westworld me enganchó desde el minuto 1, y eso que la cogí con muy pocas expectativas. Quizás sea ese el truco. Sea como fuere la he disfrutado mucho y recomiendo encarecidamente el visionado de estos 10 episodios que forman la primera temporada. A una impecable factura técnica sin rival, algo ya habitual de HBO, hay que añadirle un elenco actoral realmente sobresaliente. Ahí están Ed Harris y Anthony Hopkins dando prestigio a la serie en unos personajes que parecen escritos pensando en ellos. Sin embargo quienes se comen literalmente la pantalla son las actrices Evan Rachel Wood y Thandie Newton. Me parece muy acertada la evolución de ambos personajes. Ambas están en sus mejores papeles hasta la fecha y parece que han aprovechado la oportunidad. En especial, el cándido personaje de Dolores y su vestido azul son desde ya iconos de la televisión moderna.
Un atractivo añadido es la magnífica banda sonora del compositor irano-alemán Ramin Djawadi (Juego de Tronos) en la que no solamente compone la música original sino que nos regala unas recreaciones geniales de clásicos del pop y el rock adaptados a pianola del lejano oeste. El espectador puede jugar a descubrir en qué escenas suenan el Black hole sun de Soundgarden o el Paint it black de los Rolling Stones. También suenan adaptaciones de temas de Amy Winehouse (Back to black), The Cure (A forest), The animals (The house of the rising sun) o Radiohead (Fake Plastic Trees, No surprises, Exit music (for a film)). Ya como apunte personal, en una escena suena la versión que Vitamin String Quartet hicieron sobre el Something I can never have de Nine inch nails. Miel sobre hojuelas. Hasta en la selección musical se nota el gusto exquisito de los artífices de la serie.
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La única pega que le puedo poner a Westworld es que van a hacer más temporadas. No sé si la trama dará para tanto. Le daré una oportunidad, no puedo evitar la tentación de volver a vivir la aventuras que esta primera temporada me ha brindado. Quiero evadirme en ese mundo de vaqueros, forajidos y quién sabe qué más peligros por mucho que sepa que no son reales. Al final, no lo dudes, todos somos visitantes en el parque de Westworld.
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