Stephen Gagham saltó al estrellato como guionista con el Oscar de “Traffic”, con el que consiguió dirigir un par de largometrajes del que “Syriana” fue el único que consiguió algún éxito (sobre todo de crítica, aunque nos resultó aburrida) y otra nominación por el “libreto”. De forma sorprendente, en esta tercera incursión en la dirección Gagham no aparece como escritor, limitándose a la realización. Ni siquiera aparece como productor, aunque los que firman el guion, dos señores curtidos en la televisión y que dan el salto a la “gran pantalla” llamados Patrick Masset y John Zinman sí, entre otros muchos donde destacan los nombres de los hermanos Weinstein, Paul Haggis y su protagonista Mathew Mc Conaughey. Un trabajo alimenticio para la otrora importante promesa.
“Gold. La gran estafa” cuenta la historia, típica americana del hombre contra el sistema, de David contra Goliat, el individuo contra las grandes corporaciones. Inspirada en hechos reales cuenta la vida de un prospector de petróleo arruinado pero con el sueño vivo de encontrar el “oro negro”. Convencido de que quien la sigue la consigue une sus fuerzas con un geólogo y como dos aventureros se marchan a Indonesia para encontrar el preciado hidrocarburo, cosa que consiguen. Allí empezarán sus problemas al enfrentarse a corporaciones poderosas que intentan hacerse con el yacimiento pagando un precio irrisorio, lo que empezará a generar un mar de problemas para los dos hombres.
Producción cuidada, bien ambientada en los años 80, tanto en el Wall Street de los “tiburones de los negocios” como en la Indonesia de Suharto, el sucesor de Sukarno tras su caída en 1970 y que tan bien describía la estupenda película de Peter Weir “El año que vivimos peligrosamente”. Toda esa parte está narrada con brío y la fotografía en el país asiático de Robert Elswit es excelente. Es curioso, pero el Oscar de Elswit viene de otra cinta que trata el tema de los pozos petrolíferos como “Pozos de ambición” de Paul Thomas Anderson, del que es su director de fotografía de confianza. Todo eso funciona, aunque su punto fuerte sean los actores, comenzando por un Mathew Mc Conaughey, con uno de esos papeles histriónicos, casi de personaje de Werner Herzog que le han dado la fama, acompañado del hierático Edgar Ramírez que apenas mueve un músculo. Su combinación y sus dos maneras diferentes de entender la interpretación resulta cuando menos peculiar. Entre los secundarios una estupenda Bryce Dallas Howard, el televisivo Corey Stoll (“House of cards”) o los veteranos Stacy Keach y Bruce Greenwood. Por todo lo dicho y que el film se ve con agrado durante las dos horas de su metraje, estaríamos ante una gran película, pero aquí emerge la figura del Gagham artesano para llevar su interesante idea por unos senderos demasiado “trillados”. Una colección de tópicos que no terminan de despegar en ningún momento. Y para colmo con una dirección previsible donde abusa de planos medios en lo que parece una realización televisiva, aunque con un amplio presupuesto, lo que acaba convirtiendo la posibilidad de un gran producto en un mediocre pasatiempo. Y es una pena, pues el tema de la extracción de materias primas han funcionado desde siempre en el cine, la locura de los buscadores de oro en “El tesoro de Sierra madre”, la epopeya de “Gigante” o la anterior mencionada “Pozos de ambición”. Esta se queda lejos. Y eso que tenía a su favor el tema de la lucha contra las grandes corporaciones. Gente que apenas es conocida pero que junto a las farmacéuticas y las energéticas son las que deciden el futuro de muchos países, sobre todo los que están en vías de desarrollo, como se explica aquí con la corrupción para que entre en la empresa el impresentable hijo de Sukarto. Siempre me he preguntado cómo serán los consejos de administración de estas empresas y en qué momento deciden arruinar una nación con extracciones, muchas veces “ a cielo abierto”, sin respetar las mínimas normas medioambientales, aprovechando la corrupción de los dirigentes y buscando como único motor el máximo beneficio.
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