En cuanto nacemos, la vida se empeña en colocarnos diferentes velos, directa o indirectamente a través incluso de las propias materias de estudio en nuestros años mozos. No se salva nadie. Y, por si fuera poco, no nos enseñan a desaprender cómo se desaprenden las cosas, como reza la canción. Pero afortunadamente tenemos las Prosas Reunidas de Wislawa Szymborska, que la editorial Malpaso, con una excelente presentación ha publicado hace unos días, para ayudarnos a derribar esa arquitectura mental impuesta y autoimpuesta después, que nos dificulta mirar el mundo y evitar así irnos de aquí con los ojos equivocados, que diría sabiamente el poeta.
La magia de Wislawa, y aplico una frase general que me dijo una amiga con respecto a las personas, radica en su genialidad al no pasar por encima de lo obvio, además de en la aguda percepción del anverso de las cosas, como “del humor absurdo” la “seriedad absurda”. Algo muy propio de la filosofía. Todo ello salpicado de una ironía a flor de piel:
“Las aves domésticas se distinguen de las de corral en que las guardamos en jaulas exclusivamente para satisfacer el placer estético. El nuestro, claro.”
La Szymborska, nace en un dos de julio del año 1923 en Kórnik, Polonia. Admiradora de Julio Verne “porque sus historias no caducan”, era una mujer más bien reservada de su vida privada y de la de los demás:
“los recuerdos que tengo de los otros, no han alcanzado su forma definitiva”
Con un gran amor por la cotidianidad (más reveladora para ella), Wislawa nos muestra su paradójica sabiduría. La cual, vislumbra siempre el conjunto y se debate entre el no saber y el puedes aprender a través de mí, aderezado con un gran sentido del humor.
Como bien cita en el prólogo Manuel Bellmut Serrano, “este libro es muchas cosas”, una divertida rebelión del sentido común del ciudadano de a pie, una mirada caleidoscópica al aparentemente imperturbable mundo de la cultura y la ciencia. Una desmitificación de la engrandecida individualidad del ser humano, como ejemplo del vivir. No es un libro para asaltar su información. Ni para dejar olvidado en el estante pues contiene pétalos, ¿para qué encarcelar una flor? Es un libro para volver a él las veces que uno quiera estar con ella y cada reseña suya es una cantarina melodía que sale de la boca de sus ojos mientras hacía un pastel.
Un libro, muy a pesar de Wislawa, de lectura obligatoria.
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