Moonlight narra la historia de un aprendizaje. Y aprender no es más que imitar y repetir lo que hacen los que nos rodean. Así aceptamos las pautas de conducta de los demás y ello nos permite integrarnos en la sociedad a la vez que definimos nuestra propia personalidad. Moonlight va de eso, de intentar encajar en el Miami humenante de crack de los 80 y 90.
Nacido en una familia desestructurada y en un entorno hostil de droga y violencia, el niño Chiron se recluirá en sí mismo ante las adversidades de la vida. Todo el mundo lleva una máscara y parece actuar de forma competitiva y violenta, pero Chiron no es así. Juan (Mahershala Ali) un narcotraficante de poca monta, cree verse reflejado en este joven chico, le protegerá y será un ejemplo para Chiron. Pero nada las figuras paternas no son perfectas, ni mucho menos, en la vida real. Ya de adolescente Chiron se convierte en objetivo fácil de abusones. Chiron no encuentra su sitio en esta jungla urbana, no tiene unos referentes paternos válidos y debe buscar su propio camino en solitario. También aprenderá que los golpes más dolorosos vienen de los que más te quieren.
Chiron acaba aceptando (a base de golpes y sangre) su falso rol de macho alfa en la sociedad. Ya convertido en adulto, Chiron vive detrás de una máscara, un apodo y una masa de músculos. Chiron decide mutilar sus sentimientos para sobrevivir. Pero su verdadero yo sigue enterrado dentro de sí mismo y pugnando por salir a través de los sueños recurrentes de su infancia. Al final, la infancia es nuestra única patria verdadera, esa que nunca nos abandona, para bien o para mal.
Moonlight es un film intimista. Barry Jenkins nos recuerda con Moonlight a Boyhood, aunque su recorrido vital de un muchacho me resultó más doloroso. Esta vez el protagonista es interpretado por tres actores distintos (Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes) que no coincidieron durante el rodaje ni se conocían previamente entre ellos. Quizás todo ellos influyera a que todos resulten más que creíbles. Jenkins consigue transmitir la lucha interior de personaje pero no logra, quizás no lo busque, emocionarnos. Como espectador, su historia me resultó algo distante. Estamos ante un film valiente y bien facturado pero que no busca la lágrima fácil pero tampoco traspasa la pantalla. No dudo de las buenas intenciones de Barry Jenkins ni de su innegable identificación con el personaje de Chiron, pero su film me dejó algo frío.
Del resto de intérpretes, me quedo con la excelente interpretación de Naomie Harris, muy alejada de su personaje de Moneypenny en la saga de 007. De hecho Harris grabó todas sus escenas en tres días durante un viaje promocional de Sprectre. Apuesto por ella como ganadora del Oscar a mejor actriz secundaria. También me sorprendió el descubrimiento como actriz de la cantante Janelle Monàe.
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