De las nominadas al Oscar a la mejor película siempre aparece alguna basada en hechos reales que se acaba erigiendo en la más conmovedora. Este año le toca a “Lion”, debut cinematográfico de Garth Davis que ha conseguido un filme irregular, donde su poderosa historia queda un poco eclipsada por una realización correcta pero sin ningún tipo de alma. Y es una pena, pues la vida de este niño indio perdido durante años de su familia biológica, adoptado en Australia y que acabó buscando a su madre verdadera más de veinticinco años después debería emocionarnos durante sus casi dos horas de metraje pero acaba resultando como un vehículo aceptable, cumpliendo la máxima de que con un mal guion solamente se puede conseguir como máximo una mediocridad y que con un buen guion se puede conseguir como mínimo el mismo resultado.
“Lion” adolece de emoción en los planos, limitándose Edwards a una dirección académica y sin ningún riesgo, centrándose en el plano- contraplano en los diálogos y apoyándose en la espléndida fotografía de Greig Fraser y la interesante banda sonora. Tres nominaciones más que justas (guion adaptado de Luke Davies, fotografía y banda sonora) de las seis que ha conseguido, aunque vista la competencia es complicado con que pueda alzarse con alguna estatuilla.
El guion está dividido en tres actos. El primero es casi la mitad de la cinta y en él podemos ver el drama de un niño que perdido en una estación de tren recorre más de mil quinientos kilómetros hasta llegar a Calcuta donde vivirá como un niño de la calle, mendigando en cualquier lado y sufriendo los secuestros de menores, tan habituales en estos países del tercer mundo para utilizarlos en mafias organizadas para la mendicidad o el trasplante de órganos. Todo acabará en un orfanato público donde el pequeño Saroo será adoptado por una familia australiana. Allí empezará la segunda parte del largometraje, donde podemos ver el difícil comienzo en su nueva tierra, el miedo a lo desconocido y como va mejorando poco a poco al encontrar las ventajas del mundo occidental ante la miseria de la India. La llegada de otro niño adoptado nos traslada al tercer acto, donde han pasado veinticinco años y Saroo está plenamente integrado a la sociedad australiana, estudiando en la Universidad de Melbourne donde tiene de novia a una compañera. Como la magdalena del inicio de “En busca del tiempo perdido”, el olor de unos dulces hindúes le retrotrae a su infancia, enfocando desde ese momento su vida hacia la búsqueda de su familia. Una empresa complicada pero que se convierte en una parte final plena de emoción.
Los actores son correctos, sin ningún principal ya que alterna su primera mitad en la India (rodada en hindi y bengalí) y la segunda en Australia (en inglés) y donde sobresalen los nominados Dev Patel (su única opción con alguna posibilidad) y Nicole Kidman (intentando reverdecer viejos laureles), el marido David Wenham , el niño Sunny Pawar y una algo inexpresiva Rooney Mara. Lástima que la producción no haya tenido una dirección más acorde al buen guion aunque hay que reconocer que en más de un momento llega la emoción del cine y se acaba perdonando que el joven Saroo parezca un niño con reacciones de malcriado o que su novia sea un bonito “florero”.
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