Raúl Arévalo es un excelente actor que ahora ha decidido dar el salto a la dirección. Como espectadores no podemos más que alabar su osadía y determinación al estrenarse con un proyecto como Tarde para la ira.
No es que Arévalo vaya a revolucionar el thriller patrio (como si tal cosa existiese) pero sí que su película es un claro ejercicio de buen cine hecho en nuestro país. Por algo Arévalo ha trabajado en los últimos años en buena parte de las mejores películas nacionales de los últimos años y ha rodado con algunos de los directores más destacados. Arévalo sabe lo que quiere contar y demuestra un valor y una determinación impropias de un debutante tras la cámara.
Tarde para la ira atrapa desde la electrizante primera escena. Una vez que ha captado nuestra atención la película se convierte en un modélico ejercicio de presentación de personajes. Este crisol resulta veraz con esa retahíla de personajes perfectamente reconocibles. No estamos ante manidos estereotipos sino frente a cercanos personajes de carne y hueso. Esto es buen cine negro nacional perfectamente enraizado en nuestras costumbres. Ese bar, esas partidas de cartas o esa discoteca no parecen impostadas. La naturalidad de los diálogos y lo espontáneo de las interpretaciones me resultaron de lo más gratificante. Igualmente, las celebraciones familiares y las fiestas de los pueblos están plasmadas con gran veracidad. Todo ello facilita la implicación del espectador.
Tras la certera presentación de ambientes y personajes se va desgranando poco a poco el drama. Asistimos a la formación de una pareja de protagonistas que unen sus destinos en un viaje sin retorno. Dos protagonistas antagónicos unidos por el amor a la misma mujer y una deuda que debe saldarse, con sangre. Del drama pasamos a la road movie por los parajes secos y duros de la España interior. Esa España de rencores y venganzas que esta película representa como muy pocas. Arévalo, como buen actor, sabe que los gestos, las miradas y los silencios son fundamentales en el cine, tanto o más que las líneas del diálogo. La escena en el gimnasio me parece ciertamente modélica en cuanto a la manera de crear tensión en mitad de una (aparentemente) distendida conversación. Igualmente es magistral la forma en la que la tensión se explota dando lugar a la sensación de que ya no hay marcha atrás. La rueda se ha puesto en marcha y no hay manera de salir indemne. Al frente del reparto tenemos a un genial Antonio de la Torre que vuelve a encarnar a un hombre callado, de pocas palabras, que esconde más de lo que parece. Tampoco se quedan atrás Luis Callejo ni Ruth Díaz al completar este estupendo triángulo actoral. Quizás quien más sorprenda sea Manolo Soto, su composición roza la caricatura pero consigue evitar caer en el ridículo de forma admirable. Lo mismo se puede decir de Chani Martín, sensacional trabajo actoral.
Tarde para la ira supone un viaje geográfico en busca de venganza pero también la asunción de que dicha venganza no va solucionar nada. Puede que un acto violento arruinara la vida del protagonista, pero otro más no va a reconstruir su vida ni le va a devolver el tiempo perdido. Interesante reflexión de un film recomendable.
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