Es extraordinario lo potente que es la mala música.

 Noel Coward

Hace unas semanas estaba tomando una copa en un conocido local de Santa Cruz con unos colegas. El garito estaba lleno hasta los topes y conseguimos una mesa de milagro. La clientela era heterogénea: rockers, modernos, heavies, gente normal y talibanes (la nueva flora urbana con barbas a lo ZZ Top que ha invadido el mundillo nocturno). Me encontraba de un humor sardónico y contemplativo: Jack Daniels con hielo, risas y una charla agradable. Habíamoshan llegado a la conclusión de que los grupos “alternativos” canarios tenían que cuidar más su imagen a la hora de salir a escena. ¿Por qué? Cuando uno actúa de cara al público, debe ser un caballero y dejar en el armario las bermudas y las chanclas de andar por casa. Puede que peque de snob pero, en mi caso, jamás se me ocurriría presentar una novela con la misma ropa que he utilizado para pescar en la playa de las Teresitas por la mañana. ¿Vanidad? En absoluto: si la gente paga por verme tengo que ofrecer buena imagen. Una corbata y un chaleco hacen milagros. No realizo charlas literarias todas las semanas: debo estar a la altura del evento en la medida de lo posible.

Entonces, cuando la DJ saltó a la palestra, se me cayó el alma a los pies. Tenerife es una isla muy pequeña; los locales de rock no abundan como setas en el campo. Efectivamente, había escuchado pinchar a aquella muchacha en alguna que otra ocasión y la película se presentaba muy negra. Añadiré una escena (inspirada en rigurosos hechos reales) de mi novela Gravity Grave que creo que lo define todo:

Ignorando a la gente que danzaba en torno a nosotros, localicé a Spike en la cabina de la carpa. Este le estaba estrechando la mano al DJ efusivamente. Ya lo había visto en algunas raves: gafas de montura gruesa, bigote con forma de manillar de bicicleta, feo como el pecado, cabello hasta los hombros; otro de tantos que se creía la hostia detrás de los platos cuando lo que pinchaba era una basura infumable.

—¡Joder! —protesté—. De todos los DJ’s del planeta teníamos que encontrarnos con ese revientafiestas. Mejor volvemos a casa y nos echamos a dormir. No soporto la música que pone.

Jane se puso de puntillas para ver mejor.

—¿Quién es?

Fui despectivo:

—Ryan: el Paul Oakenfold de Salford.

Ryan, como todos los capullos que iban de modernos y alternativos, tenía la mala costumbre de, en mitad de la noche, pinchar cualquier basura que le gustara a ver si colaba: Whitney Houston solía ser una de sus elecciones favoritas.  

Mi colega me dio por loco.

—Eres un exagerado —dijo—. Tampoco pincha tan mal.

—Ese es el quid de la cuestión, tía —comenté—. Cuando el alcohol y las drogas cambian tu percepción de las cosas, no te das cuenta de nada.

Jane sonrió con sarcasmo.

—Sin ese cambio de percepción, esto no hay quien lo aguante.

Por desgracia, me encontraba sobrio y sin ninguna clase en química en el cuerpo que me permitiera afrontar el mal trago que se avecinaba. La música empezó bien: electrónica y rock indie tipo The Drums. Pasaron quince minutos sin que deseara cortarme las venas con un objeto punzante. Una vocecilla en mi cabeza no paraba de repetir burlonamente: «No te hagas ilusiones, Alexis». Cuando menos lo esperaba, la tónica musical cambió bruscamente y empezó a sonar un tema de Celia Cruz. Un escalofrío me recorrió el espinazo y me quedé de piedra. ¿Por qué siempre me pasaba lo mismo? Joder, seguro que cuando saliera a la calle, aunque el cielo estuviera despejado, me caería un rayo encima. Uno de los colegas se quedó pálido como un muerto y masculló: «¡¿Pero qué puta mierda es esta?!». Mi respuesta: «Te lo advertí, chaval. La amiga pincha de pena». Curiosamente, los clientes, encantados de la vida, agradecían la novedad. Una morenita vestida con falda rosa y tacones a juego bailaba con un metrosexual con las cejas depiladas que parecía recién salido del gimnasio. Nota: sus zapatos de punta afilada de piel de cocodrilo me dejaron sin habla durante cinco minutos. «¿Así debe de ser un hombre?».

A partir de aquel momento, todo fue cuesta abajo y sin frenos. La música degeneró en una fiesta de barrio y la sensación de euforia que me embargaba empezó a desaparecer a pasos agigantados. Solución: salir a la calle a fumar un cigarro y darme el piro lo antes posible. Vuelvo a repetirlo: no entiendo la penosa costumbre de algunos DJ por pinchar música latina en un local que no va del palo en cuestión. La amiga, detrás de los platos, disfrutaba enormemente con su trabajo. Lo mejor de todo el asunto: hasta contaba con un grupo de entregados fans. Solo le faltaba salir a la pista y ponerse a perrear al ritmo de Tego Calderón. Durante una hora había abarcado todos los géneros posibles: años cincuenta, salsa, electrónica, indie, reguetón… ¿Me habría metido algún tripi sin darme cuenta? ¡Dios, en Tenerife los dueños de los locales permiten pinchar a cualquiera! Keith Richards se revolvería en su tumba si estuviera muerto… Me temblaban las rodillas y tenía el estómago revuelto: o el whisky era de garrafa o tantas emociones amenazaban con destrozarme el karma. Los colegas, sabiamente, se habían marchado desde hacía rato. En el exterior, me encontré con unos amigos y les indiqué que escucharan la música que atronaba por los altavoces. La respuesta fue unánime: «Coño, tío, esto es una mierda. ¡¡¡¡LARGUÉMONOS CUANTO ANTES!!!».

Como broche de oro, antes de levar el ancla y partir con las velas desplegadas, sonaron Baby One More Time de Britney Spears y Everybody (Backstreet’s Back) de los Back Street Boys. Tuve la sensación de haber vuelto al jodido instituto, cuando estaba rodeado de subnormales y todos me miraban con mala cara porque escuchaba a los Cure. «Soy afortunado», pensé. «Gracias a Robert Smith no me convertí en un capullo integral». Durante un segundo, recordé las pintas de los viejos tiempos: gabardina, pelo cardado, labios de rojo y uñas de negro. La gente pensaba que estaba loco o perdía aceite. Supongo que entre tanto kinki, llamaba forzosamente la atención. Entré para dejar la copa en la barra: sudor, cuerpos en movimiento, puños en alto, la morenita y el metrosexual restregándose el uno contra el otro a lo bestia. La Lambada (el baile prohibido) se quedaba en nada al lado de ellos. Sin proponérmelo, tenía material sustancioso para escribir. Mi deber moral era conseguir una victoria de las garras de la derrota. ¡Qué suerte vivir aquí!

Un estribillo de los Smiths me acompañó mientras volvía a casa:

Hang the DJ, Hang the DJ, Hang the DJ, Hang the DJ, Hang the DJ, Hang the DJ…   

 

Autor:

Alexis Brito Delgado (Tenerife, 1980). Escritor, amante del cine y fanático de David Bowie, los Smiths, Iggy Pop, Nick Cave, Depeche Mode, la Velvet Underground, R.E.M. y The Verve, entre muchos otros. Autor de las novelas “Soldado de fortuna: Las aventuras de Konrad Stark” y “Gravity Grave”.

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