Se han vuelto a ir dos grandes de la música casi sin dejarnos tiempo de entristecernos, Leonard Cohen y Leon Russell, dos pilares de la música con mayúsculas, uno más conocido por la mayoría aunque sin llegar a profundizar en su obra y otro que fue un personaje implicado en muchas aventuras musicales que marcaron las historia del rock.
De Leonard Cohen, he de ser sincero, nunca fui lo que se llama un fan como lo puedo ser de Dylan o Neil Young, pero sí lo suficiente para tener todos sus discos en vinilo comprados cuando no era moda. La primera vez que vi a Cohen fue en casa de unos amigos de mis padres, lo vi y escuché en su primer disco, aunque era un niño, ya escuchaba mucha música, pero aquel hombre me recordaba a un viejo profesor de mi escuela, uno que olía a naftalina y a mantequilla rancia.
En aquella portada Leonard tenía un aspecto raro,; era su primer disco y ya parecía viejo como si aquel disco fuera el último de una larga carrera; su cara seria, de aspecto neutro como una foto de un viejo carnet de identidad con ese color cebruno. Pero no, de aquel artefacto titulado Songs of Leonerd Cohen que tampoco era unos grandes éxitos, ya que también me lo pareció por el título, era simplemente su primer disco. La música que fluía de sus surcos era algo parecido a un mantra medio hipnótico, medio letanía. Aquella voz tenía algo de sepulcral, como si cantara para un funeral imaginario, una voz que a la vez era frágil y arrida, acompañada de instrumentos y arreglos tan alejados del rock and roll que sonaban casi medievales. Aderezado por momentos con unos coros que inquietaban lo mismo que abrumaban, solo se ha de escuchar una vez “Suzanne” para entra en un trace casi mesiánico.
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Más adelante descubrí que aquel hombre nació un año antes que el rey; Elvis Presley, que sus temas fueron interpretados antes por Judy Collins, mientras el recorría medio mundo durante los años cincuenta cantando temas country. También me pareció algo curioso que aquel sombrío individuo se había acostado con mi heroína por aquel entonces; Janis Joplin y además que era un tipo que le gustaba el sexo más que nada, algo que le trajo más de un quebradero de cabeza durante su vida, las mujeres eran su perdición. Qué mejor droga que el sexo para un poeta como él. Lástima que aquel encuentro que tenía que hacerse entre Leonard, Johnny Cash y Bob Dylan en Nashville, lo echase a perder el productor Bob Johnston que falló en no juntar a los tres cuando tuvo la posibilidad. Pero volvamos a este primer disco, contiene “Suzanne” “Sister of Mercy”, “So long, Marianne”, etc…Todo ello lanzado en 1967 y poniendo los cimientos para generaciones venideras que le deben mucho, véase Nick Cave, Mark Lanegan, por citar simplemente dos ilustres nombres.
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Leonard escribía tan rápido como un virtuoso de la guitarra; creaba poesía como un orfebre de las letras. Era un poco masoquista, atormentado por una culpabilidad que nunca pudo deshacerse, simplemente la aligero abrazando el budismo, retirándose a Mount Baldy, para regenerarse en un hombre apaciguado de sus tormentos. Aquella libido sesgada de melancolía y resignación dejo paso a un Cohen sereno de silueta intemporal viajando década tras década impermeable a modas pasajeras. Cohen era un “Ladies’ Man”, siempre caballeroso que bebió de sus conquistas la inspiración para iluminar su poesía. Su obra larga como una sombra, prospera como una cosecha, siempre ha sido una especie de caos, donde lo oscuro se codea con la pornografía más dulce, el romance con la desesperación.
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