Jesús Cobarro –voz, guitarra–, Alejandro Garriga –batería–, Bienve Compay –guitarra–, Helios Sánchez –bajo– y Luis Pastor –teclado–, son uno de los grandes estandartes de la música murciana. Desde que debutaran en el año 2001 con ese In The Meantime y sus referencias a Slowdive, Pavement, Yuk, My Bloody Valentine o The Cure, la formación murciana ha ido lanzando constantemente continuos retos sonoros. Si álbumes como el citado In The Meantime o Chaos, Sweet, Chaos, pervivía la herencia de aquellos años noventa –especialmente del Grunge de Nirvana, el Post-grunge de Bush o Ash–, desde la edición de Down in the Sky (2013) y Every Picture of You When Is When You Were Younger (2016, Son Buenos), la banda ha ido apostando por un sonido mucho más atmosférico y con una plétora de reminiscencias a The Jesus and Mary Chain o Cocteu Twins, entre otros: el resultado es el de una banda capaz de trabajar con más colores y texturas y cada vez más ecléctica.
Son las 23:30 y pasadas. La banda sale al escenario y Jesús se encuentra en estado de trance. Se cuelga el instrumento y mira hacia algún punto indeterminado de la sala, barruntando un horizonte inexistente –presentar álbum en casa puede ser un arma de doble filo, en muchas ocasiones, puesto que las expectativas se exacerban–. Los demás miembros de la formación, menos ceremoniosos, esperan a que el vocalista desate las hostilidades. Suenan Magic y Transit : dos de las primeras canciones de su cuarto álbum. El sonido es compacto y limpio. No entran a degüello, sino que buscan ir creando poco a poco una telaraña sonora que vaya atrapando a la sala de la propuesta musical que con su nuevo compacto están llevando a cabo. ¿El resultado? Genial.
Lemmy Kilmister y Steven Tyler siempre afirmaban que en los primeros instantes de los conciertos, la banda o el artista en cuestión tenían que ser directos para meterse al público en el bolsillo. Noise Box, no: arrullan al público lentamente; saben que la velada será larga y que el nuevo material está teniendo una acogida inmejorable. Lo mismo se puede predicar de las interpretaciones de Dunes and Trees, She Was Daydreaming o Broken Teeth, con esas estupendas dicotomías entre los Radiohead de The Bends, Mazzy Star o Sugar Plants, también de su último álbum. No obstante, pese a que la formación murciana haya decidido apostar –cosa lógica y normal por otra parte– por su último compacto, siempre hay tiempo para el Rock sin aditamentos de trabajos anteriores: Newcomer o Snakes and Ladders engarzan a la perfección con con Karoshi o My Evil Twin: mucho más desatados, contundentes e incisivos. Sólo hay que ver cómo Bienve y Jesús disfrutan rememorando en el escenario sus primeros años como banda, cuando estaban en el aulario de La Merced, en la Universidad de Murcia, bosquejando cómo sería la banda en un futuro o ensayando en el garaje. Promesas de un futuro hecho realidad.
Uno de los grandes momentos del concierto vino en las postrimerías de éste, cuando Jesús emplazó al público a que diera rienda suelta a toda su energía y rabia. En ese momento la banda decidió organizar una jam-session en la cual el propio vocalista –como si fuese Mike Patton, el vocalista de Faith No More en el Live Brixton Academy–, se dedicó a balancearse por el entramado metálico de la sala mientras Bienve abandonó la guitarra para coger las baquetas de Alejandro y a hacer percusión sirviéndose de los tubos de metal que recorren la sala. Aquella mezcolanza de ruido improvisado, con la formación absolutamente distendida, abandonándose a la improvisación y dejando de lado el patrón que estaban siguiendo durante todo el concierto fue tan acertado, que incluso los cierres con otras estupendas canciones como Big Boy o Run, quedaron sepultados por este torrente de espontaneidad.
El conjunto ha ahondado en la añoranza y en el intimismo en su nueva singladura musical, y a diferencia de la Comala que Juan Rulfo recreó en su novela Pedro Páramo–fantasmagórica y repleta de personajes muertos en vida, también víctimas de ese mal que es la pesadumbre y la pena–, la ‘tristeza’ que Noise Box enarbolan como ‘concepto’ en este trabajo, entronca con la dulzura de la infancia y de las cosas y sueños que aún quedan por cumplir y de las cosas por hacer como el propio Jesús ha dado a entender. El ser humano busca siempre el recuerdo para intentar encontrar vestigios de uno mismo. Como decía Ortega y Gasset en su libro Velázquez, “Pertenece a la extraña condición humana que toda vida humana podía haber sido distinta de la que fue”–. Intuimos que, a tenor de los resultados, el trabajo ha sido edificante y, ante todo, complejo. Han triunfado y dejado ese sentimiento de alegría y ‘tristeza’ que ellos buscaban. La vida no es sólo el corazón que late, sino también el pensamiento que flota en nuestro corazón cuando ha dejado de latir. Y en mezclar esas sensaciones, Noise Box son unos expertos.
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