Por su forma de entender el cine se ha comparado en multitud de ocasiones al barcelonés J.A. Bayona con el «Rey Midas» de Hollywood Steven Spielberg, aunque desde hace unos lustros la estrella del estadounidense haya decaido un tanto y sus nuevas producciones no generen la expectación de antaño. Aún así, es cierto que existen ciertos paralelismos entre ambos autores como la tendencia al sentimentalismo, y en algunos casos la sensiblería, o el conflicto intergeneracional, aunque cambiando los progenitores, pues en Bayona se da entre la madre y los hijos varones, cosa que sucede en sus tres películas y en el creador de «E.T., el extraterrestre» suele ser entre el padre y el hijo. Dos formas de narrar tan válidas como cualquier otra y que es una de las «marcas de la casa» en el español que ha tenido la capacidad de reinvertarse pues tras un filme de terror como «El orfanato», pasaba a un drama tremendo y lacrimógeno con «Lo imposible» y ahora otro «dramón» en el que mezcla lo real y lo fantástico para narrar la historia de un muchacho en Inglaterra de gran sensibilidad, sobre todo para el dibujo, inadaptado, de padres divorciados, que sufre palizas y humillaciones en la escuela y cuya madre sufre cáncer, lo cual le hace pasar más tiempo con su abuela a la que odia. Esto le hace resguardarse en sí mismo y sufrir las visitas de un monstruo que llega a contarle historias que deben llevarle a poder desfrizar una pesadilla recurrente.
Un guion correcto de Patrick Ness, quien además es el autor de la novela donde se basa el largometraje y que ha servido a Bayona para crear un festival cuyo único objetivo es llevarnos a una emoción intensa y conseguir la lágrima fácil. Y ese es el gran problema de la obra: su tendencia a emocionar de forma tan tramposa, recurriendo al «cliché» y a cualquier recurso que le permita acongojar al espectador, como por ejemplo la madre, arquetipo de mujer enferma en el cine, de una dulzura inimaginable y que sufre con una resignación y un estoicismo su degeneración física dignos de que el Vaticano comience un proceso de beatificación, o no se hasta donde es necesario que el mozalbete sufra el acoso escolar de forma tan dura con palizas diarías por parte de tres abusones. Lo que sucede es que este «festival de los sentimientos» está muy bien rodado y enlazado, por lo que el ritmo es el adecuado y el montaje lineal de Bernat Vilaplana y Jaume Martí es más que interesante, pues utilizar este tipo de edición es loable pues era más sencillo usar el paralelo, con un importante número de «flash backs» explicativos. En eso solo me queda descubrime ante el talento de su creador. La verdad es que la parte técnica es buena, ya que los efectos especiales son adecuados e intentan estar supeditacidos al conjunto no siendo los únicos protagonistas, la fotografía de Oscar Faura, oscura y con tendencia a una escala de grises funciona bien y consigue trasladar a imágenes la dureza de su historia, junto a una partitura de Fernando Velázquez cuyo objetivo es emocionar y mantener a la sala con los sentimientos «A flor de piel».
Interpretaciones nada contenidas, y es que además es imposible que narrando una situación tan dura puedan serlo, con un trío protagonista eficaz, con el joven Lewis Mc Dougall, el cual debutó en la gran pantalla como uno de los niños perdidos en la precuela de Peter Pan, único lunar el la filmografía de Joe Wright, la veterana Sigourney Weaver, que ya está en edad de hacer de abuela y eso demuestra que el tiempo pasa para todos y una Felicity Jones con una actuación tan dulce y edulcorada como el de «La teoría del todo», la cinta que la encumbró, nominación al Oscar incluida. Capítulo aparte merecen Toby Kebell, como el padre imperfecto pero simpático, bastante mejor que en espantos como «Ben- Hur», con su imposible Mesala o el Dr. Doom de «Los cuatro fantásticos» y Liam Neeson que solo coloca su portentosa voz al «árbol andarín» que visita al niño. Un monstruo que recordaría a los Ent de «El señor de los anillos» aunque si algo recuerda a otros largometrajes es el argumento y la idea de mostrar un mundo fantástico en una situación difícil de soportar para un infante, cosa que ya hizo Guillermo Del Toro en «El laberinto del fauno» y como afrontar los horrores de la guerra para una niña. Aquí es la enfermedad de la madre pero el planteamiento es el mismo y eso y el tono melodramático es lo que lastra el contenido, pues en el capítulo técnico no se puede poner objeción alguna, e incluso la animación con acuarelas es sensacional, los actores cumplen y la hora y tres cuartos pasa sin necesidad de mirar el reloj en ninguna ocasión y todo eso se debe al enorme talento de Bayona en la puesta en escena, un hombre que tiene claro lo que quiere rodar, entendiendo puesta en escena como «Movimiento voluntario de objetos y personajes en la superficie de la toma», en palabras de Andrei Tarkovski en su imprescindible libro «Esculpir en el tiempo», uno de los mejores textos sobre cine que he leído en mi vida. Un precioso envoltorio que se pierde en un mar lacrimógeno y demasiado forzado. Me parece superior que aquel «Mar adentro» de Amenábar o el «Camino» de Fesser que intentaban hacer ideología de la enfermedad de forma burda y maniquea pero no es mí tipo de cine, aunque da gusto ver las salas repletas de gente de diferentes edades emocionadas por igual. Solo por eso merece el aprobado.
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