Hay un puñado de directores que comenzaron su andadura en la televisión norteamericana a finales de los años 40 y principios de los años 50, casos de Arthur Penn, John Frankenheimer, Robert Mulligan, Sam Peckimpah y Sidney Lumet. Fueron ellos los encargados de dar un soplo de aire fresco al cine clásico de Hollywood, importando parte de las técnicas empleadas en los estudios televisivos y aportando ideas nuevas y temas frescos a la anquilosada mentalidad americana. De ellos surgieron clásicos inequívocos como “La jauría humana”, “Bonnie y Clyde”, “El hombre de Alcatraz”, “El tren”, “Matar a un ruiseñor”, “Verano del 42”, “Grupo salvaje” o “La huida”, pero nos vamos a quedar con nuestro favorito de los surgidos en esa hornada para repasar su trayectoria y algunas de las obras fundamentales del cine norteamericano del último medio siglo.
Sidney Lumet es un director norteamericano que se hizo un nombre a principio de los años 50 del siglo pasado en la televisión americana. Dirigió un montón de programas durante un puñado de años que le sirvieron para conocer a gente y depurar su técnica. Gracias a ello pudo dar su paso al mundo del cine, donde hemos podido disfrutar 50 años con su múltiple obra. Han sido 44 títulos en 50 años, donde Lumet ha dado muestras sobradas de su talento, su genio y su creatividad, siempre ofuscada por un halo de escapismo por parte de la crítica más sesuda. Su visión social y justiciera del cine le ha llevado a filmar no menos de una decena de películas sobresalientes, siempre auspiciado por una bondad y una falta de ego mayúsculos, quitándose importancia repetidamente y dando el mérito de sus aciertos al resto de participantes.
En una carrera tan larga hay sitio para obras menores y para otras realmente prescindibles, pero lo realmente destacable es que muchas son notoriamente satisfactorias y varias de ellas obras maestras del séptimo arte. Ha trabajado con muchos de los grandes nombres de la pantalla como Henry Fonda, Marlon Brando, Katharine Hepburn, Paul Newman, Walter Matthau, Sean Connery, Vanessa Redgrave, Simone Signoret, James Mason, Al Pacino, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Richard Burton, Faye Dunaway, Michael Cane, Jane Fonda, Albert Finney o Philip Seymour Hoffman; sus películas ganaron muchos premios, tanto de crítica como de compañeros de profesión, y él llegó a estar nominado hasta 5 veces al Óscar como Mejor Director, aunque solo recibió uno honorífico en 2004 al conjunto de su carrera.
Podemos nombrar títulos insignes como “Larga jornada hacia la noche”, “La ofensa”, “Asesinato en el Orient Express”, “Tarde de perros” o “Netwok, un mundo implacable”, entre algunas de sus cintas más significativas, pero vamos a tratar de ser algo más subjetivos y a seleccionar una película por cada una de las décadas que nos ha regalado. No tienen por qué ser las mejores, ni por qué ser las más destacadas, tan solo una muestra de nuestras preferidas, con el único objetivo de recordar que, año tras año, década tras década, Sidney Lumet, seguía ahí, dando muestra de su valor.
Su mirada nos ha llevado por una parte importante de la historia cercana del país de las barras y estrellas. Hemos recorrido las calles de Nueva York, hemos sudado por las embarradas calles del sur de EE.UU., nos ha secado la garganta en multitud de ocasiones, convirtiéndose en un maestro absoluto del thriller policíaco y convirtiendo a la injusticia en un referente común a casi toda su filmografía. Se ha manejado muy bien en muchos terrenos, pero su grandeza se hace sublime cuando nos encierra en lugares pequeños, cerrados, en juzgados, en coches, en bares, en habitaciones diminutas, en comisarías o despachos rodeados por 4 paredes, donde los personajes se enfrentan cara a cara, sin jugar con el paisaje abierto ni la perspectiva. Lo mejor es que estas pocas palabras sirvan para picar vuestra curiosidad y algunas de estas selecciones os descubran a uno de esos directores escondidos tras los grandes nombres del séptimo arte.
1.- 12 HOMBRES SIN PIEDAD (1957)
La primera imagen nos muestra la entrada a un juzgado, recorriendo sus pasillos hasta llegar al juzgado nº 228, donde se trata un homicidio en primer grado. El juez se dirige al jurado pare recordarle su deber y la consecuencia, que no es otra que la muerte. La cámara recorre, uno a uno, a los miembros de dicho jurado hasta que abandonan la sala y queda fija ante el joven acusado, totalmente atemorizado.
Al llegar a la sala de deliberaciones, la cámara está en alto, bajando poco a poco persiguiendo a uno de ellos para presentar formalmente a los 12 protagonistas de la historia. Todos parecen tener prisa y los prejuicios comienzan a aparecer rápidamente. Hace mucho calor, todos sudan mucho, cruzan conversaciones banales que nos dan a conocer detalles personales de cada uno. La 1ª votación es 11 culpable y 1 inocente.
Henry Fonda encarna al ciudadano moral, con el traje de americano impoluto. La conversación va ahondando tanto en el caso como en la cantidad inmunda de cargas morales y sociales que acarreamos en nuestra mochila vital. Lumet sabe mover la cámara alrededor de esa mesa de 12 actores en estado de gracia (H. Fonda, Lee J. Cobb, Jack Warden, E.G. Marshall, Martin Balsam, Ed Begley, John Fiedler, Robert Webber, Jack Klugman, George Voskosec, Joseph Sweeney y Edward Binns), acercándose y alejándose según el tema tratado, jugando con primeros planos contundentes y dramáticos y planos medios que buscan la reacción del resto cuando alguien comenta algo importante. La 2ª votación es secreta y por escrito, pero aparece otro que duda, incertidumbres que crecen tanto como las disputas personales.
El calor, el humo, los gritos, la tensión, la muerte y, por encima de todo, la injusticia se va apoderando de la pantalla. Los convencidos se van convirtiendo en dudosos a base de analizar detenidamente las pruebas una a una. Lumet aprovecha los diálogos entre los protagonistas para arredrar una crítica contundente al sistema judicial a la vez que deja clara su postura sobre la pena de muerte. Empate a 6 y se pone a llover violentamente.
Hay momentos especialmente brillantes, como cuando uno de los jurados a favor de la culpabilidad estalla y expone a gritos todos y cada uno de los prejuicios que le acompañan, a la vez que los demás se van levantando y dejándolo solo en la mesa conforme la cámara se aleja, hasta que se queda solo y sin argumentos y se arrincona en una esquina y, poco a poco, todos vuelven a la mesa para seguir debatiendo mientras la cámara vuelve a acercarse.
Lee J. Cobb se queda solo en su obstinación personal, y la cámara le mira desde abajo mientras escupe su diatriba inquisitiva, hasta que se hunde y baja acercándose a él, murmurando entre sollozos “inocente”. La votación queda 12 a 0 y se van, volviendo a salir a esas escaleras del juzgado que nos dio la bienvenida 90 minutos antes.
Los brillantes diálogos, la magnífica ambientación, los sutiles movimientos de cámara, la portentosa actuación del reparto, todo consigue atraparnos por la solapa y deleitarnos, con su debut, con una obra maestra incontestable, con un mensaje tan actual y válido que todavía hoy, 60 años después, está de plena actualidad.
2.- LA COLINA (1965)
Un soldado cae rendido ante el agotamiento y el calor en un campo de prisioneros británico de la II GM, mientras la cámara se aleja, poco a poco del campo. Sidney Lumet nos ha dejado clara su postura ante el orden militar imperante en cualquier ejército del mundo. En este caso se centra en el británico durante la II GM, pero no vemos ni una sola batalla, ni un solo enfrentamiento con los nazis, ni un solo tanque, nada que certifique que nos encontramos en plena contienda mundial.
Harry Andrews encarna al oficial que lleva el mando real del campo, el día a día, ese Sargento Mayor que no molesta al Comandante por minucias, cuando la realidad es que no quiere perder el poder virtual que ostenta.
Un puñado de soldados llegan al campo, arrestados, y Andrews toma el bastón de mando, con toda la superioridad y perorata clasista imperante. Los recién llegados no se dejan avasallar y se defienden como seres humanos, no como un grupo de rebeldes recluidos, sino como personas, lo que hace enervar mucho más a los mandos.
El primer castigo les lleva a subir y bajar la colina de arena del campo, una y otra vez. La lucha de poder entre la dignidad humana y el poder del uniforme, entre la decencia personal y la inseguridad del jefe de turno.
Esa pequeña colina de arena se convierte en el infierno con el que los mandos pretenden doblegar la compostura de los reclusos. El encargado de plegarlos resulta ser un sádico. El grito antimilitarista se acentúa con cada orden del Sargento Mayor, se hace más fuerte con cada maniobra inútil en busca de demostrar lo insufrible del dolor, lo inservible de la vileza. El calor, el sufrimiento, la injusticia (sí, otra vez) y el dolor se apoderan de la pantalla, apoyándose en ese blanco y negro abrasivo y abrasador que Oswald Morris impone a la película.
Un negro, un homosexual, un pendenciero, un sinvergüenza entrado en quilos, y Roberts, un sargento rebelde que se rebela ante la autoridad cruel. Uno de ellos enferma, pierde el norte, se trastorna y muere. El calor, el cansancio, la muerte, son pesados ladrillos que van inundando la mochila del campo de presos. El sudor resbala por la piel de los presos, como el valor de los cobardes galones se deshace entre las paredes de la celda.
Los presos se amotinan, el corporativismo militar, la rebeldía ante la injusticia, un puñado de colores con los que Lumet compone su paleta de puñetazos ante la infamia de la soberbia.
Sean Connery, en la cúspide de la fama, tras el éxito de las películas de James Bond y su trabajo con Alfred Hitchcock, apuesta por un guión duro y arriesgado para demostrar su valía y compromiso. Y se pone en manos de un director capaz de ayudarle a ello, sabiendo mostrar con firmeza y maestría la lucha entre el sibilino sargento y el gritón irresponsable del Sargento Mayor que cree poseer el poder, y deviene en una exacerbada violencia castrense.
Lumet se apoya en un gran reparto, con actores tan capaces como Harry Andrews, Ian Bannen, Ossie Davis o Michael Redgrave, liderados por un Sean Connery demostrando que es capaz de liderar cualquier tipo de proyectos.
3.- SERPICO (1973)
Suena una sirena de la policía, con el fondo negro y los títulos de crédito en relieve. Ya sabes que algo grave pasa y la primera imagen es la de Al Pacino ensangrentado, muy malherido, en la parte de atrás de un coche patrulla, mientras en la calle llueve sin parar.
Frank Serpico llega al hospital y, mientras lo preparan para una intervención de urgencia, suena la música de Mikis Theodorakis y, con flashbacks, nos cuenta la historia de Frank en el cuerpo de policía de la ciudad de Nueva York.
Desde el principio se da cuenta de lo acomodaticio que se ha convertido el trabajo de parte de sus compañeros, raspando las costumbres, los pequeños sobornos de los negocios locales, las palizas en los interrogatorios, la corrupción generalizada, pero Frank es un tipo honrado que no quiere entrar en el juego y trata de hacer las cosas bien.
Lumet nos pasea por el Nueva York de la época, el movimientos hippie, el Village, nos presenta a la familia de Serpico, a su nueva novia, parte de su vida personal, intentando enfrentar los nuevos tiempos con las viejas prácticas policiales. Lo trasladan y pasa a trabajar en la calle de paisano, y las calles de la ciudad pasan a ser otro miembro del reparto, un retrato cruento de una época gris y oscura (la América de Nixon, con Vietnam de fondo, etc…)
Se va tejiendo una telaraña de suciedad y doble moral alrededor del barbudo y greñudo policía raruno de ascendencia italiana. Serpico va sintiéndose angustiado, cada vez más, por la conducta de la policía, da igual del distrito que se trate. Conforme el tiempo pasa, la mugre salpica más alto y su desesperación crece sin parar hasta la indignación. Su carrera se hunde a la vez que su vida personal se destroza y la soledad le encierra en un gran círculo de incomprensión y corrupción.
Al Pacino pasa de interpretar a un joven ilusionado a un cansado y taciturno encorvado hombre sin esperanzas. Cuanto más arriba llega más solo está, cuantas más pruebas tiene más lejos llega el hedor y, una vez más, la injusticia se hace con el papel protagonista.
En su último traslado, Frank Serpico llega a narcóticos, le avisan del peligro real que eso supone porque el arma se saca muy a menudo, y hay una escena en la que Sidney Lumet pone a Pacino en la sala de prácticas de tiro, solo, descargando su pistola sin miramientos, mientras la cámara se acerca sin remisión hasta el primer plano.
Es en narcóticos donde Frank recibe el balazo, volvemos al presente, al hospital, donde la realidad es tan cruda y cruel como Lumet nos ha mostrado en toda la cinta. Ningún acto, ninguna prueba, ningún reconocimiento, nada tiene ningún valor ante el poder de la injusticia, especialmente cuando la administran lo supuestos defensores de la misma. Frank Serpico renunció a su puesto y emigró a Suiza, dejando una moraleja muy pesimista respecto a la moralidad del hombre. Lumet nos ha dejado en imágenes la muestra de un outlaw dentro de la ilegalidad de la legalidad.
4.- VEREDICTO FINAL (1982)
Se abre el plano con Paul Newman jugando al pinball, bebiendo una jarra de cerveza y fumando un pitillo mientras la cámara se acerca hasta su perfil y funde a negro. Vuelve a abrir plano con Newman mendigando sus servicios a una viuda en el funeral de su marido. Sidney Lumet no ha necesitado más de un par de escenas y 3 o 4 minutos para definirnos detalladamente a Frank Galvin, un talludo abogado fracasado, alcohólico, de vueltas de todo, que recurre a los más bajos instintos para intentar seguir adelante. Los planos de la ciudad de Boston son fríos, sombríos y oscuros, con la metrópolis nevada y lóbrega, acompañando la posición vital de Galvin.
Su único amigo le hace llegar una última oportunidad, un nuevo caso al que aferrarse para salvar su profesión, y también su vida. Frank intenta arreglarlo rápido, alcanzar un acuerdo, sacar algo de dinero y seguir adelante, pero se topa con un testigo principal que prácticamente le obliga a ir a juicio.
Unos médicos de mucho prestigio, trabajando en un hospital de la Iglesia, han cometido un error tan grave que ha dejado en coma a una joven que acudía a dar a luz. Su irresponsabilidad y mala praxis fue la culpable de ello y el propio Galvin va tomando conciencia de ello, visitando el hospital, negociando con la archidiócesis de Boston. Lumet mueve la cámara lenta y sinuosa entre tanta serpiente, los ojos y bocas de la doble moral de lo políticamente correcto. Aquí aparece la lucha entre lo justo y lo cómodo, entre lo brillante y lo aparentemente limpio, aunque corroído por dentro. Frank Galvin se debe enfrentar a la Iglesia, a la prensa, a la razón, hasta a sus propios clientes para llevar un poco de orden a su caos, un poco de luz a su oscuridad, mientras el aislamiento le va encerrando.
Jack Warden es el único que acompaña a Paul Newman en este viaje por el submundo de la justicia, por las cloacas de la legalidad, por los intestinos de una sociedad que se empeña en machacar a los que le acompañan mientras esperan una vida mejor, más allá. Y mientras, él, vuelve a sentirse abogado, vuelve a sentirse vivo.
El alegato final de Galvin es como un guión vital de la filmografía básica de Lumet, y el primer plano que le dedica a Paul Newman frente al jurado así lo acredita, con una interpretación magnífica frente al poder establecido. Las pequeñas bombillas de las lamparitas de mesa, la tenebrosa luz que se cuela entre las nubes del grisáceo cielo, a veces, sirven para ver.
5.- LA NOCHE CAE SOBRE MANHATTAN (1998)
Los títulos de crédito van derritiendo la pantalla para ir formando el skyline de Nueva York, donde un devastador discurso da la bienvenida a los abogados novatos, hablando sobre las múltiples obligaciones, la falta de tiempo, los clientes basura, los jueces pasotas y demás inconveniencias que deben estar preparados para soportar.
Sidney Lumet ya ha dejado claro su visión del sueño americano, con apenas unos minutos de filmación. De ahí pasa a un coche patrulla donde Ian Holm y James Gandolfini forman pareja, lanzándose al arresto del camello más importante de la gran manzana, ellos solos, sin esperar a nadie. El perseguido tirotea a Holm y mata a unos policías que llegan en aluvión, pero desaparece conduciendo un coche de la NYPD.
Andy García, un actor que nunca me ha fascinado, encarna a Sean Casey, el hijo del policía ametrallado, uno de esos abogados noveles, siendo encargado por el fiscal del distrito para mandar la acusación del caso. Jordan Washington, el criminal, contrata los servicios del brillante y mediático abogado encarnado por Richard Dreyfuss, entregándose en una rueda de prensa. De manera poco sutil, Lumet lanza un guantazo a los medios de comunicación, más interesados en el amarillismo que en las noticias.
El juicio comienza y vemos la parte que no aparecía en su magistral debut, la más puramente legal. El juzgado saca a la luz hechos que clarifican la corrupción de la policía neoyorkina, creciendo la tensión y mostrando el crecimiento profesional y mediático instantáneo de Sean Casey, ganando el caso pero quedando clara la implicación de los policías en casos de corrupción.
Las luchas internas llevan a Sean a ser nominado fiscal del distrito, con la cómplice implicación de la alcaldía y la propia policía. Los hilos siempre los manejan gente a la que no se ve y Lumet sigue lanzando mandobles a los poderes establecidos. La cruenta y, a veces, inacabable lucha contra la injusticia.
La trama se va complicando y el drama judicial se convierte en un notable thriller policiaco. Asuntos internos, mentiras, policías, oscurantismo, una soga que Lumet va cerrando con maestría, con tensión nerviosa y una gran dirección del enorme reparto que han conseguido reunir (Andy García, Ian Holm, Lena Olin, Richard Dreyfuss, James Gandolfini…), dotándoles de un guión poderoso y ágil, donde la cuerda que conduce la carrera cinematográfica de Lumet asoma sin parar.
6.- ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (2007)
Phillip Seymour Hoffman y Marisa Tomei están en la cama, haciendo el amor, fumados, alegres, contentos y relajados, dibujando la calma antes de la tormenta, porque a partir de ahí nos esperan 110 minutos de montaña rusa.
El leiv motiv de la cinta es el atraco a una joyería. Nada más abrir, mientras prepara el material para los expositores, entra un encapuchado con una pistola en la mano para atracarla, pero hay tiros, sangre y el atracador sale despedido a través del cristal de la entrada.
Sidney Lumet construye a base de continuos flashbacks los días previos y posteriores al crimen, algo parecido a lo que Kurosawa hizo en Rashomon.
Combinando los momentos de tensión calma, casi siempre con Andy (Hoffman) de protagonista, con los más nerviosos, encabezados por Hank (Ethan Hawke), Lumet nos va mostrando cómo se fragua el robo, las motivaciones de Andy y Hank para acometerlo, los prejuicios morales de Hank frente a la manipulación sibilina de Andy.
Vamos viendo la situación desde el punto de vista de Hank, la crítica situación familiar a la que se enfrenta, los nervios que le impiden hacerlo él mismo, implicando a un tercero. Pero todo sale mal.
Luego Lumet recurre a mostrarlo desde la visión de Andy, con muchos problemas económicos por chanchullos en el trabajo, complicaciones con las drogas que le ocasionan más inconvenientes con su mujer. Aquí Lumet apela al sosiego para recoger la basura que Andy ha escondido bajo su alfombra. Y las cosas se van complicando porque, al final, su madre sí trabajó ese día y es ella la que está en urgencias del hospital.
Ahora nos ponemos las gafas del Sr. Hanson, encarnado por Albert Finney, que tras superar el examen de conducir se encuentra el centro comercial, donde tienen la tienda, rodeado de policía. Su esposa está en coma y los médicos dicen que apenas hay posibilidades de recuperarla, y finalmente decide desconectarla de las máquinas. Charles Hanson se llena de ira y frustración e intenta calmarla investigando por su cuenta.
La tensión va creciendo y se entrecruzan las líneas del drama familiar y el thriller negro. La viuda del ladrón muerto amenaza a Hank, y a Andy le reclaman insistentemente del trabajo por unos problemas graves de contabilidad. El peso de los acontecimientos se va postrando sobre él hasta que se desmorona y los trapos sucios no paran de salir a la luz.
El clímax final, con Charles atando cabos, Hank desesperado y Andy perdiendo el control de sus actos va agrandando el agujero bajo sus pies. La sangre, las muertes, el dolor, el horror va manchando los billetes que suponían la salvación. Y la pequeña culebra se convierte en una cobra, y la cobra en una imponente pitón, y la pitón en la brutal anaconda.
Sidney Lumet se despidió del cine con una de sus mejores obras, de ritmo impecable, tensión agónica, interpretaciones magistrales y dejando claro que el maestro seguía con el pulso firme, tajante, incólume ante el paso del tiempo, dejando un legado magistral para las nuevas generaciones.
FILMOGRAFÍA SELECTA:
- 12 HOMBRES SIN PIEDAD (1957)
- PIEL DE SERPIENTE (1960)
- PANORAMA DESDE EL PUENTE (1962)
- LARGA JORNADA HACIA LA NOCHE (1962)
- EL PRESTAMISTA (1964)
- PUNTO LÍMITE (1964)
- LA COLINA (1965)
- LLAMADA PARA UN MUERTO (1966)
- LA OFENSA (1972)
- SERPICO (1973)
- ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS (1974)
- TARDE DE PERROS (1975)
- NETWORK: UN MUNDO IMPLACABLE (1976)
- EQUUS (1977)
- EL PRÍNCIPE DE LA CIUDAD (1981)
- LA TRAMPA DE LA MUERTE (1982)
- VEREDICTO FINAL (1982)
- DANIEL (1983)
- A LA MAÑANA SIGUIENTE (1986)
- UN LUGAR EN NINGUNA PARTE (1988)
- DISTRITO 34: CORRUPCIÓN TOTAL (1990)
- LA NOCHE CAE SOBRE MANHATTAN (1996)
- ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (2007)
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