No hay paraíso hasta que se ha perdido.
Marcel Proust
Cuando tenía 17 años solía salir los fines de semana por Las Américas. El verano era cálido y acogedor, las noches estaban llenas de magia, todo destilaba novedad. Trabajaba de piscinero en un hotel, ganando pasta, conociendo gente, viviendo la vida. La música inundaba mis venas las veinticuatro horas con una intensidad que no se ha desvanecido hasta la fecha. El disco de aquel verano fue A Northern Soul de The Verve. Un álbum oscuro y melancólico, colmado de potentes guitarras y grandes melodías; ideal para mí. Había descubierto al grupo meses antes, después de fugarme de clase, gracias al videoclip de “Bitter Sweet Symphony”, que no paraban de poner en los 40 Principales.
Aparte de The Verve, escuchaba a los Doors, David Bowie, los Héroes del Silencio, los Rolling Stones, los Red Hot Chili Peppers, los Smashing Pumpkins y a Queen. Todo iba sobre ruedas y la vida me sonreía por primera vez en mi existencia. Atrás quedaba la barriada miserable en la que me había criado, el instituto que despreciaba y la gente con la que convivía; seres estúpidos y mezquinos que no dudaban en tratarme con indiferencia o aborrecimiento. Mis complejos empezaron a desaparecer. Gustaba a las chicas; estaba aceptándome tal como era, ni más ni menos. El cambio había sido positivo a todos los niveles, tanto físico como espiritual; había subido unos kilos y me estaba dejando crecer el pelo. Mi máxima ambición era parecerme a mi adorado Jim Morrison; supongo que sólo se es joven una vez. Evidentemente, dadas mis credenciales rockeras, me gustaban los locales de ese estilo. En Las Verónicas había dos pubs que cumplían mis requisitos a la perfección: el Kangaroo y el Lizard King. En ambos actuaban grupos en directo, versionando temas clásicos y actuales, durante varios pases por noche. Era maravilloso: salías de un local y entrabas en el otro, que estaba a cinco minutos de distancia. David (mi mejor amigo) y yo tomamos la costumbre de parar por allí siempre que nos era posible. Nos conocíamos desde 6º de EGB., asistíamos al mismo instituto y teníamos los mismos intereses. Él estaba colgado por los Smashing Pumpkins y yo por The Verve; éramos la pareja perfecta. Recuerdo una noche que la música del Kangaroo nos parecía aburrida y corrimos al Lizard King para no perdernos el segundo pase de la noche. Éramos jóvenes y estábamos en la flor de la vida. El sufrimiento, como concepto, era desconocido para nosotros. Lo descubrimos más tarde, cada uno de la peor forma posible. Mientras descendíamos las escaleras de dos en dos, escuchamos el inicio de “Are You Gonna Go My Way?” de Lenny Kravitz. Exultantes, sin molestarnos en pedir una cerveza siquiera, saltamos sobre una mesa y nos pusimos a bailar. Los clientes, que se lo estaban pasando tan bien como nosotros, apenas nos prestaron atención. Creo que éramos los más jóvenes del pub y, por una extraña ironía del destino, los únicos españoles. La lista de ambos locales era muy similar: “Break On Through”, “Jumping Jack Flash”, “Wonderwall”, “Smoke On The Water”, “Parklife”, “Let Me Entertain You”, “Rock And Roll”, etc. Escuchábamos buena música, el ambiente era sensacional, la bebida tenía un precio asequible… ¿Qué más podíamos pedir? Aquellas noches de juerga fueron maravillosas, quizá porque eran las primeras que vivíamos; no las cambiaría por nada del mundo.
Recuerdo… Que en aquella época desconocía lo que era la amargura, el vivir obsesionado por los errores cometidos, la lucha constante conmigo mismo para ser feliz. Recuerdo… Que no conocía lo que significaba una carga moral sobre los hombros; la misma que me transformó en el escritor que soy. Recuerdo… Que los días eran felices y no estaban velados por el hastío, la insensibilidad o la depresión. Recuerdo… Ser inocente y confiar en la raza humana; desconocer la ignorancia y la envidia que anidan en el corazón de las personas. Recuerdo… Haber publicado mis primeros relatos en la revista del instituto; quería ser escritor desde que tenía diez años. Recuerdo… Que anhelaba escribir mi primera novela, cosa que hice dos años más tarde; un libro triste y depresivo que narró cómo perdí la inocencia. Recuerdo… Refugiarme en la escritura con el fin de no quitarme de en medio; aquella novela que tanto detesto, fue lo único que logró mantenerme con vida. Recuerdo… Aferrarme a las palabras como una garrapata, desesperado, al borde del abismo, luchando por mantener un hálito de cordura. Recuerdo… Largas noches escribiendo, en la cresta producida por las anfetaminas, sintiéndome como un Dios para, al amanecer, cuando leía lo que había narrado, considerarme un gusano. Recuerdo… Tantas cosas por decir, tantos sentimientos malgastados, tanta poesía e inspiración…
Aún conservo una cinta de aquella época:
Outrun: Live In Tenerife, 97
Side1
“Lump”
“Cigarettes And Alcohol”
“Desing For Life”
“Naked”
“Going Underground”
“Hush”
“Riverboat Song”
“One Way”
Side2
“You Really Got Me”
“Can’t Get Enough”
“Radar Love”
“House Is A Rockin’”
“Try It You’ll Like It” *
“Let’s Make It Last All Night” *
* Songs Writen For Outrun
Hoy, 5 de julio de 2016, diecinueve años después, recorrí la calle en la que se encontraban aquellos pubs. Ambos habían pasado a la historia desde hacía tiempo. Donde estaba el Kangaroo hay una pizzería llamada Royal Garden y el Lizard King está en ruinas, cercado por una valla metálica, con las ventanas reventadas a pedradas, las puertas rotas y la barra cubierta de polvo. Durante un momento me imaginé a mí mismo disfrutando en aquellos locales, tal como había sucedido hacía más de un cuarto de siglo. Por desgracia todo ha cambiado a peor: las Verónicas es un antro lleno de discotecas comerciales, la gente de mi generación ya no sale porque está ocupada criando a sus hijos o pagando hipotecas, y la Unipol cierra todo a las tres de la mañana. Antes, aparte de bailar durante toda la noche, podías terminar en un after hasta la una o las dos de la tarde. Las drogas, aunque eran populares, no imperaban como en la actualidad. De hecho, nosotros, con unas birras, aguantábamos hasta que salía el sol.
Todo ha muerto, no queda nada sino mis recuerdos, los buenos tiempos no regresarán. En los 90 tuvimos el Grunge y el Britpop para inspirarnos. Ahora vivimos en una era dominada por raperos americanos y cantantes como Miley Cirus, Justin Bieber, Taylor Swift o Kate Perry. El cambio, sin duda, ha sido espantoso. Aunque odie la nostalgia, no me queda otra opción que rememorar el pasado. Y me pregunto: ¿alguien recordará aquellos pubs? ¿Otros jóvenes inauguraron su juventud en el Lizard King o en el Kangaroo como nosotros? Este cuento es un homenaje a una época que nunca se desvanecerá de mi memoria. Un brindis a la salud de todos.
Autor:
Alexis Brito Delgado (Tenerife, 1980). Escritor, amante del cine y fanático de David Bowie, los Smiths, Iggy Pop, Nick Cave, Depeche Mode, la Velvet Underground, R.E.M. y The Verve, entre muchos otros. Autor de las novelas “Soldado de fortuna: Las aventuras de Konrad Stark” y “Gravity Grave”.
0 comentarios