Tras Dallas Buyers club, el canadiense Jean-Marc Vallée ha vuelto con otra de sus singulares personajes atrapados en una sociedad moderna a la que no entienden. El autor de la estupenda C.R.A.Z.Y. nos presenta esta vez un film inclasificable del que podríamos decir que oscila entre la tragedia y la comedia negra. La historia de este personaje incapaz de mostrar sus sentimientos no deja indiferente, sobre todo si Jake Gyllenhaal está involucrado. Gyllenhaal es la piedra sobre la que se sustenta el film gracias a su composición de un personaje complejo y contradictorio. Un tipo que lo ha tenido muy fácil en la vida gracias a su matrimonio con la hija de un poderoso hombre de negocios. Quizás al no haber tenido que esforzarse nunca para conseguir su objetivos, no valora lo que tiene y se siente mortalmente vacío. Sin embargo, cuando un accidente se cruce en su camino, su vida dará un giro inesperado. Tras el shock inicial no sobrevienen el dolor ni la pena. Nuestro protagonista parece incapaz de fingir sentimientos que no siente. En una sociedad que le demanda mostrar sus emociones, será incapaz de mostrar dolor. Es como si la pérdida de su esposa le libere de todas las ataduras auto impuestas que le impedían ser feliz. Como si tal cosa fuera posible.
A través de unas cartas dirigidas al servicio de reclamaciones de una empresa expendedora de refrescos nuestro protagonista encontrará la forma de expresar sus sentimientos. Así de solo se encuentra. De tal modo que ello provocará el encuentro con otra alma oprimida (Naomi Watts) y el rebelde hijo adolescente de ésta. Al mismo tiempo desarrollará una insana curiosidad por saber el funcionamiento interno de las cosas. Vallée parece establecer una metáfora entre los bienes materiales y las paredes que aprisionan el alma del protagonista. En un momento dado será libre demoliendo su antigua y lujosa vivienda. Tal hecho requiere de esfuerzo, algo que parece resultarle novedoso.
No estamos ante una película nihilista ni que busque que nos replanteemos nuestras escalas de valores, algo que nunca está de más cada cierto tiempo. Más bien estamos ante un sano ejercicio de cine inteligente con una particular mirada. Nada de buscar la lágrima fácil ni ese tufo a telefilme de Antena 3. Vallée nos habla sin paternalismos de la ausencia y cómo no valoramos lo que tenemos hasta que lo hemos perdido. No es nada novedoso, cierto, pero nunca está de más.
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