Si algo nos ha enseñado la reciente crisis financiera es que no podemos estar seguros de nada, sobretodo si los bancos andan cerca. Ya lo decía Mark Twain en la cita que abre el film «Lo que nos mete en problemas no es lo que no sabemos, sino lo que creemos con certeza y no es cierto». Tomamos por ciertos diariamente decenas de presupuestos que, a buen seguro, no lo son. El ciudadano medio confía en un sistema económico y financiero que, lejos de preocuparse por el ciudadano, busca su beneficio propio. Algo así venía a dejar claro Michael Lewis en su libro «La gran apuesta» en el que narraba cómo el sector inmobiliario puso en jaque a la economía mundial en 2008.
Al menos, la crisis financiera que todavía colea nos ha dejado unas cuantas películas. Repasemos, tenemos el excelente documental Inside job y las películas Margin call, Wall Street: El dinero nunca duerme o la genial El lobo de Wall Street. A todas ellas debemos sumar La gran apuesta. Sin embargo, La gran apuesta no está a la altura de las cintas anteriormente citadas. Su estilo narrativo es una copia descarada de El lobo de Wall Street, así de claro. El director Adam McKay se cree que es Scorsese, pero le faltan talento y tablas. Si el Lobo era un film adrenalítico y excesivo en todos los sentidos, La gran apuesta puede resultar resulta liosa y algo aburrida para los no familiarizados con las finanzas. Se intenta hacer un film ágil e irónico que destape las miseria de un sistema corrupto con cierto humor negro, pero la cosa no acaba de cuajar como se pretende.
Ni siquiera funciona el truco barato de usar a chicas guapas para explicar conceptos financieros. Ni Margot Robbie (en una bañera con espuma explicando las hipotecas sub-prime) ni Selena Gómez (en la mesa de un casino explicando qué demonios es un CDO sintético) consiguen hacer más amena la película. Una pena. Entre tanta estadística y tanto índice, el espectador no iniciado se pierde y únicamente llega a la certeza que le han estado tomando el pelo toda su vida (algo que ya debería de saber a estas alturas). Sí, los actores están muy bien pero el ritmo es irregular y cuesta seguir a veces a los personajes. Dice Adam McKay que su objetivo con este film es que los ciudadanos se enfadaran con sus políticos y les dijeran que si no hacían algo por reformar el sistema bancario no obtendría su voto. Pues me parece un objetivo muy loable pero lo hubiera conseguido de mejor manera sin marear/aburrir al espectador.
Lo que más me llamó la atención del film fueron las interpretaciones de Christian Bale y Steve Carell, ambos encarnan a dos tipos muy distintos de analista financiero. Ninguno de ellos es un tipo muy estable, lo cual no deja de ser un signo de que estamos en manos de gente muy poco fiable. Otro que me gustó fue Brad Pitt, el tipo está comedido y su personaje me pareció, paradójicamente, el más cuerdo de toda la película.
Por cierto, es una pena que los norteamericanos se miren tanto el ombligo. Si buscaban un ejemplo de burbuja inmobiliaria y de corrupción del sistema financiero podrían haber ambientado esta película en España. Eso sí hubiera sido una película interesante.
Sinceramente, estamos ante una película correcta (sin más) que no merece estar entre las candidatas a mejor película del año y mucho menos merece ganar el premio a mejor película.
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