De niño me gustaba mucho una serie sobre periodistas llamada Lou Grant. Dicha serie tuvo un serio problema cuando en un episodio decidió tratar el tema del abandono y el desprecio sufrido por los veteranos de Vietnam a cargo de las instituciones y la sociedad en general. El episodio en concreto mostraba cómo a los veteranos se les trataba como parias en su propio país, habían ido a luchar a una guerra que muchos no consideraban justa y encima volvieron como perdedores. Lou Grant no era unicamente una serie sobre periodista sino que la misma serie tenía el espíritu combativo que se supone que debe tener el periodismo. Por cierto, el mismo tema de los veteranos fue tratado en Acorralado (First blood), la primera película sobre Rambo de Stallone, quien pronto se olvidó de la crítica social.
En mi opinión, el periodismo debe ser siempre incómodo para el poder. En su búsqueda de la verdad debe ser riguroso e inflexible. Más que un negocio el periodismo debería ser una vocación. Sin embargo, todos somos humanos y la objetividad e imparcialidad absolutas son meras ilusiones. En verdad, el periodismo debería ser el cuarto poder, consistente en sacar a relucir los trapos sucios de los otros poderes (legislativo, ejecutivo y judicial).
El caso en el que se inspira Spotlight es un perfecto ejemplo de investigación periodística, por ello ganó el prestigioso premio Pulitzer. No es que los periodistas descubrieran una compleja trama sepultada bajo siete velos de misterio y corrupción política. Simplemente pusieron de manifiesto una verdad que muchos conocían y nadie quería señalar. Sigue siendo sorprendente cómo el incesante goteo de casos de pederastia que se había producido durante décadas dentro de la iglesia católica de Boston no había llegado a la luz pública. Sólo había que poner todos los datos juntos y tomar distancia para ver el conjunto.
Spotlight es buen cine de periodistas que sigue la estela de la genial Todos los hombres del presidente. Haciendo gala de un envidiable pulso que va creciendo progresivamente y sin grandes alardes ni trucos narrativos, Spotlight va tirando de la madeja de forma magistral. Con un ritmo pausado pero inflexible, el film va cogiendo carrerilla y se llega a hacer apasionante. Algo realmente sorprendente si pensamos que el máximo responsable de esta película es un tipo que ha pasado sin pena ni gloria como actor, escritor y director, hasta la fecha. Thomas McCarthy ha sido un mediocre actor y un guionista del montón que solamente llamó algo la atención en circuitos independientes con aquella bienintencionada cinta llamada The visitor. Por suerte para todos, con Spotlight se revela como un escritor y director a tener en cuenta. Su film no tiene alardes de ningún tipo ni inventa nada, pero lo que hace lo hace bien, muy bien.
Me resultó reconfortante que dentro del guión de McCarthy no hay un villano claro, sí hay víctimas y encubridores pero no hay una visible cara a la que podamos identificar como el malo de la película. No hay un único culpable, no hay un rostro al que odiar. Es un villano invisible de decenas de caras que se sirve del miedo para tapar sus fechorías. El mal no tiene cara en Spotlight, es todo el sistema el que ha colaborado de una u otra manera. Parece que hoy en día ciertos pilares de la sociedad americana siguen siendo intocables. Acertadamente, tampoco los periodistas son representados como héroes de ningún tipo. Ese enfoque junto las interpretaciones del coral elenco de actores son las mayores bazas de Spotlight. Tanto Michael Keaton como Rachel McAdams o Marc Ruffallo están perfectos, no es que sus interpretaciones requieran de grandes esfuerzos físicos ni desplieguen todo un muestrario de emociones, pero resultan veraces. También el siempre más que cumplidor Stanley Tucci y Liev Schreiber componen unos personajes a la altura.
Buena película.
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