Se cumplen en breve 400 años de la muerte de William Shakespeare y parece que los anglosajones no están dispuestos a dejar que la figura de tan magno autor caiga en el olvido. Algo muy distinto parece que va a pasar con nuestro Miguel de Cervantes.
Otros Macbeth ha habido en el cine y casi todos ellos interesantes. Yo me quedo con los de Orson Welles y Akira Kurosawa (su Trono de sangre es una adaptación de Macbeth al Japón feudal). Este Macbeth de Justin Kurzel es una adaptación visualmente poderosa y subyugante que adolece de una peligrosa falta de ritmo pasada su primera mitad.
Esta inmortal tragedia de Shakespeare gira en torno a la codicia, la traición, el crimen y los remordimientos. La historia de Shakespeare retrata una Edad Media cruel ya que se inspiró la historia de un rey escocés. Una maquiavélica conspiración se cierne para usurpar el trono de Escocia y Macbeth no puede evitar caer en la tentación al tener tan cerca la posibilidad de ser coronado rey. Las dudas de Macbeth son disipadas por su mujer, una auténtica arpía dispuesta a todo por lograr su objetivo. Tal es la codicia de Lady Macbeth que incluso está dispuesta a condenar su alma eternamente con tal de ver a su marido convertido en rey. La verdad es que la Lady Macbeth de Marion Cotillard me resultó fascinante por su determinación y su capacidad para manipular a su marido. Que grandísima actriz es esta señora.
El director australiano Justin Kurzel (quien ya me dejó descolocado con la brutal Snowtown) ha sido bastante respetuoso con el texto. De hecho, la estética no resulta ridículamente moderna sino que encaja perfectamente con la historia. Kurzel no olvida elementos fundamentales de la obra de Shakespeare y que coinciden plenamente con sus propias obsesiones como la extirpe que prolonga en el tiempo sus crímenes como una espiral de violencia sin fin. Como ya vimos en su anterior film, los mismos pecados pueden pasar de padres a hijos durante generaciones.
Debo destacar la representación de las brujas, simplemente espectrales y misteriosas, siempre envueltas en una nube de humo y cenizas que les otorga un aire irreal a sus escenas. Kurzel huye de las grandes masas y los efectos digitales para recrear grandes batallas. Hábilmente se decanta por la niebla y el humo que nos sumergen en la confusión reinante en una confrontación en campo abierto. La escena de la batalla final está resuelta de forma soberbia.
Por muy impactantes que sean las imágenes y muy sobresaliente que sea todo el apartado técnico, pasada la primera hora la película puede convertirse en una tortura para el espectador no iniciado en Shakespeare. Ni el buen hacer de esa gran pareja de actores formada por Michael Fassbender y Marion Cotillard consigue ahuyentar el tedio. Los diálogos se hacen soporíferos por momentos y ello hace que desconectemos de la película. Por suerte, la cosa mejora y vuelve a coger un brío aceptable hacia el final aunque puede que sea demasiado tarde para muchos espectadores.
Una verdadera lástima que este bache de ritmo acabe lastrando a esta más que atractiva y poderosa adaptación de Macbeth.
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