Nina Hagen tenía una personalidad fortísima. Tan incandescente, que cuando empezó a actuar, le recomendaron que bajara revoluciones. Siempre inconfundible con su rostro maquillado con esmero, sabía a la perfección que la mejor forma de remover conciencias era, en primer lugar, vistiéndose de forma estrambótica, y después mediante la música, fiel reflejo de lo que era ella. Sin embargo, en la alemana había mucho más. Vivió tanto y tan rápido, que la vida siempre se le antojó corta. Hija de una actriz que en el país fue considerada como una especie de deidad, -no sólo por sus dotes interpretativas, sino también por su belleza-, la teutona siempre recuerda su pasado no con ese toque carismático del que hablaba Marion Cotillard en Medianoche en París, sino con humor. Fue tan original en su momento, que de no haber existido, habría que haberla inventado. Su carrera de chica rebelde y ajena a los convencionalismos, comenzó con apenas doce años, en el año 1967. Fue en esa época cuando se dio cuenta de que, a través del alcohol y las drogas, y la compañía de algún que otro Romeo de poco postín, necesitaba de emociones fuertes en la Berlín comunista: lúgubre y tétrica; y sin apenas alternativas para la evasión. Había nacido no sólo la Hagen músico, sino la polemista.
Mucho antes de debutar discográficamente, se había visto obligada a exiliarse debido a la carrera artística de su padrastro, Wolf Biermann, quien siempre azotó al Gobierno de la RDA por su sectarismo. Nina siempre defendió a éste, por lo que decidió, en el aspecto musical, mostrar también una postura de abierta beligerancia contra el comunismo alemán. Su debut discográfico, en el año 1978 fue una revolución. Aunque Patti Smith ya se había erigido como la madrina del Punk, lo cierto es que fue la berlinesa quien en Europa enseñó a las mujeres que los tiempos, efectivamente, también cambiaban en el viejo continente para ellas. Con álbumes como su sensacional debut, Nina Hagen Band, editado en el año 1978 –con los vestigios de sus viajes por Londres en 1977, en plena eclosión del movimiento en Inglaterra, así como las charlas mantenidas con Johnny Rotten y Sid Vicious-, mostró que el Punk no sólo se basaba en la agresividad y suciedad, sino también, en la experimentación: la voz de soprano de Nina, la solidez de una base rítmica que, a la par que sonaba sucia, demostraba buenas maneras, de la mano de su aspecto -una émula de Liza Minelli con sus zapatos con plataforma y pantalones de cuero- la convirtieron en una Atila musical.
La provocación era estridencia, y la estridencia, provocación. Como buena ciudadana criada en un país comunista, el agitprop fue su forma de vida. Con álbumes como su debut, o con su carrera en solitario –por ejemplo Unbehagen, editado al año siguiente-, se confirmó no sólo como una artista, sino un universo en sí. La miscelánea Hagen; la libertaria e irreverente Hagen; la artista que, a través del Punk, concilió el Funk, el Reggae y la Ópera catalizándolos a través de composiciones en las que reflexionaba sobre la existencia de Dios, las críticas al Gobierno de Erich Honecker –el Estado más próspero de los países que conformaban la órbita de influencia soviética, pero, también, el más represivo en cuanto a libertades- , la alienación de la mujer en lo referido a su forma de expresarse sexualmente en público –famosa fue la polémica en Austria debido a la masturbación simulada por parte de la artista en un programa de televisión que la llevó a ser expulsada del país-, sus críticas a la cirugía estética, así como sus defensas del mundo animal, la han llevado a ser una de las grandes madres del feminismo europeo en el aspecto musical, como bien han reconocido la propia Alaska o Ana Curra.
Siouxie Sioux, fue, sin lugar a dudas, una de esas muchas jóvenes que decidieron hacer música gracias al influjo de David Bowie. La artista británica, siempre tan hierática y manierista, como la música que practicó: subterránea y grotesca; cavernosa y subterránea en sus comienzos. Contribuyó al feminismo como una de las precursoras de la música alternativa. Con su banda Siouxie and the Banshees consiguió que el Post-punk, género, por aquel entonces, dominado por Joy Division y Bauhaus, hablara el lenguaje femenino. El Bromley Contingent –un grupo de roadies y groupies de los Sex Pistols, en el que la propia Sioux militó, acompañada de otros ilustres nombres como el de Billy Idol– tuvo en la británica una influencia fundamental: aquella joven inglesa decidió habitar un género musical dominado por hombres para arrojar un mensaje en el que se distinguen dos puntos: uno, el mismo que lanzó Kate Millet con su libro Sexual Politics -1970-, en referencia a la mujer como la principal víctima de ese amor romántico, que lo único que ha logrado ha sido hacer de ésta una madeja para la opresión que el patriarcado ejercía sobre ellas, y el del arte como vehículo político. Si en Norteamérica, Patti Smith criticó la meliflua autocomplacencia norteamericana tras el fracaso en Vietnam, Sioux, como muchos de su generación, se alzó contra el conservadurismo británico, que buscaba cómo gestionar una crisis política y económica que se tradujo en una precarización del mercado laboral y en un receso en los derechos de la clase obrera.
A través de auténticas obras maestras como el debut, The Scream, Juju o Peepshow editados en los años 1978, 1979 y 1988, respectivamente –este último ya sin nada del sonido frío y desapacible de su primera época-, la británica revolucionó el mundo del Punk mediante una música minimalista y lineal a la par que incendiaria. Durante su singladura con los Banshees, Siouxsie se destapó, al igual que Nina Hagen, en una sensacional agitadora política. El uso de la esvástica en los conciertos –ella negaba categóricamente ser fascista y reivindicaba el uso de ésta para plasmar todos aquellos errores históricos que Europa no debía repetir-, sus profundas letras a favor del pueblo judío –al que siempre calificó de luchador y loa en la canción Israel-, sus críticas a la estructuración del modelo de familia en el mundo occidental –presente en el tema Happy House, en donde, por momentos, la propia artista, parece reencarnarse en la Adela de La casa de Bernarda Alba denunciando la censura, represión y doble moral que circunda a ésta en torno a cuestiones capitales-, así como sus críticas a Margaret Thatcher y los conservadores británicos la convirtieron, junto con Morrisey, en una de las conciencias más lúcidas –sobre todo, en el sector femenino- de un país adormecido por el exceso de vanidad. Su perversión de la estética Glam, convirtiendo a Ziggy Stardust en un pivote para el cambio que pretendía llevar a cambio, y su puesta en escena, una mezcla de la estética que era la síntesis de las actrices y artistas del primer tercio del siglo XX y el burlesque, la convirtieron en una de las artistas más queridas por punks y góticos.
Bibliografía escogida:
- Nina Hagen – Confessions
- Siouxsie and the Banshees –En la casa de los sueños
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