Podría parecer lo contrario, pero a pesar de que vivo en una ciudad, con una de las cárceles más conocidas del Estado, y que hace poco, ha aumentado sus instalaciones, para seguir albergando en sus penumbras, a aquellos, cuyas circunstancias les llevan a su interior, al estar situada a las afueras de la localidad, no existe esa interacción, que se podría suponer. Si no supieses que está sita en estos lares, pasaría desapercibida para cualquier visitante de la ciudad, cuyo interés, no fuese expreso en esos muros privativos de libertad. Por eso, cuando vivía en Madrid, me impresionaba tanto la cárcel de Carabanchel. A pesar de estar cerrada ya por entonces, su presencia en pleno corazón del barrio, como terrible aviso, se extendía de forma complicada de explicar. En aquellos patios, aquellas celdas, se amontonan los pasos sin retorno, los sueños de huidas, la tristeza bañada en rabia del que paga su culpa. Aquellos muros no solo albergaron al que transgredió la ley, al que rompió el círculo, también vivieron su negra presencia, durante los años oscuros de la dictadura, los que decidieron pensar o sentir diferente.
Imagino como debió ser aquel ambiente opresivo por naturaleza propia, o lo intento, porque eso son cosas que solo son capaz de saberlo los que lo han sufrido en su piel. Pero prefiero recordar a Carabanchel por aquel disco grabado por Rosendo en su patio, cambiando los grilletes por acordes, las rejas por estribillos cargados de libertad. Cuando aquella prisión, símbolo, nos guste o no, de esa ciudad, de ese barrio, cambió los lamentos por gritos de felicidad, de los que cantaban las canciones del maestro. Las cárceles siempre han existido, y por desgracia, siempre existirán. Y sus habitantes van cambiando, al delicuente habitual, le acompaña el tipo trajeado, que ha convertido este país en su propio vergel, engordando sus cuentas a costa del dinero público, mientras la gente sufría una de las crisis más aguda de nuestra historia actual. Malditas cárceles, tan llenas de historias, algunas propiciadas por el sufrimiento, por necesidad, otras por una única manera de entender la vida, y otras, por la avaricia y la prepotencia. Hablar de cárceles, y relacionarlas con música, nos lleva, al menos a mi, siempre al hombre de negro, al enorme Johnny Cash.
Su «At Folsom prison» es un clásico por derecho propio, grabación a la recurrir cada cierto tiempo, para entender porque la música puede ser tan grande, por que hay personas cuyo talento les hace estar por encima del resto. Pero me vais a permitir, que me centre en otra historia carcelaria con forma de canciones, la que Cash protagonizo en otra prisión tan conocida como San Quentin. Cash es una leyenda por méritos propios, un hombre que no temió en callar a aquellos intolerantes que no querían entender, que a su lado pudiese estar un mujer con sangre negra en sus venas. Alguien que supo ser más hombre por tener a su vera a una mujer, cuyo amor por June Carter también forma parte de la leyenda, no como esos hijos de puta, que creen de rodillas en aquello de la maté porque era mía. Y porque Cash, a pesar de su conservadurismo, siempre supo estar al lado del que sufre, del que menos tiene, del que expía sus penas en un purgatorio rodeado de rejas.
Por eso, cuando lo escuchas decir, «Hello, I’m Johnny Cash», sabes que la magia está en el aire, que ya no hay escapatoria, y aunque la hubiese, no la buscarías. Junto a Marshall Grant (bajo), Carl Perkins y Bob Wootton (guitarras eléctricas), W.S. Holland (batería), Carter Family (Helen, Anita y Maybelle, hermanas y madre de June) (voces, guitarras), The Statler Brothers (voces), y por supuesto June Carter Cash (voz), puedes sentir, como los reclusos de San Quentin, saborean una libertad, que no física, si de espíritu, mientras suenan canciones, que ya forman parte de la historia, no solo de la música, sino de la humanidad. Momentos históricos, Cash tuvo que tocar dos veces seguidas, la canción «San Quentin», compuesta expresamente para aquel concierto, porque los presos, subidos encima de las mesas, se lo gritaban. De hecho, durante toda la grabación, se puede escuchar y sentir la algarabía de los que privados de libertad, vivieron aquel momento, del que testigos cuentas, que a veces la excitación era tanta, que llegaron a temer por su seguridad.
Un 24 de febrero del 68, Johnny Cash volvió a hacer historia, grabándolo para que Columbia lo lanzara en junio del 1969. El la edición original, 10 canciones, 59 minutos de gloria. Yo tengo la reedición del 2000, en el que hay 18 canciones, y además existe una edición deluxe con dos cds y dvd. En definitiva, parte de la historia de la música americana e incluso de los propios Estados Unidos
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