Habíamos comentado en la primera entrega que hicimos sobre la carrera de Peter Gabriel, que cuando compuso en su totalidad The Lamb Lies Down On Broadway –una obra retorcida, increíblemente compleja y de una magnificiencia indiscutible-, prácticamente se sintió aislado ante el poder emergente de un Phil Collins quien, desde su debut en Nursery Crime -1971- hasta el trabajo de 1975, propugnaba una visión del arte que chocaba diametralmente con la del genio de Surrey como la simplificación de esquemas. Gabriel, consciente de que el Rock no es tanto las canciones sino como el enorme poder de convocatoria del artista y su innegociable capacidad para granjearse la consideración y el afecto del público, concebía los recitales como si de una obra teatral se tratase. Era la suya la incesante búsqueda de la centralidad entre la música y las artes escénicas. Sin embargo, este concepto se fue perdiendo conforme inició su carrera en solitario. Car era un conjuro, una forma de purgar con su pasado de showman para convertirse en un receptáculo de emociones y conflictos sin resolver. Más maduro que nunca, abrió su corazón acabando con la rigurosa moral victoriana y resaltando su papel emocional: si el arte era emoción, él iba a hacer de este concepto su máxima a la hora de contrapesar este concepto junto con el de vanguardismo. Su ópera prima fue un éxito en solitario, precisamente por ese motivo: la capacidad que tuvo de adaptarse a los nuevos tiempos sin la necesidad de encerrarse en una búrbuja que lo apartara de la realidad.
Y así es, por supuesto su Peter Gabriel III, un trabajo que, al igual que los dos discos anteriores, pretende contrapesar los conceptos anteriormente relatados, con la salvedad de que aquí consigue, con maestría, una vez más, llevar la propia psique a límites no establecidos. Difícil no sentir el desasosiego de Intruder, con la mente como principal protagonista. El de Surrey, fabulando la historia de una vida paralela que transcurre junto con nuestros pensamientos, habla cómo la nuestro cerebro, en constante ebullición, siempre tiene que estar buscando fantasmas y enemigos intangibles. No Self Control también insiste sobre esos juicios de valor y las travesías humanas a través de la autoflagelación, acompañándolas con esa guitarra tan característica del Robert Fripp de mediados de los setenta, centrándose más en la experimentación que, de la mano de David Bowie, usó como prueba de toque para los discos de King Crimson de los ochenta. Start y I Don´t Remember, más convencionales, con el sonido de los saxos manejando el timón, enlazan a la perfección con una de las joyas del disco y de la carrera de Peter Gabriel como Family Snapshot. Inspirada en el libro An Assasin´s Diaries, escrito por Arthur Bremer, quien intentó asesinar al famoso congresista George Wallace, adalid de los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos, supone, en su lírica, otra oda más al hombre desquiciado.
Nos relata, precisamente, los avatares de un enfermo, el cual, armado con un rifle, decide acabar con el sátrapa de turno y abrazar esos instantes de fama de los que habló un día Andy Warhol. La afectación con la que el británico novela esos instantes de júbilo, delirio y agonía, amalgaman a la perfección la visión de artista total que siempre quiso plasmar en sus primeros trabajos. Esta tercera entrega en solitario, también, sentó el precedente del músico volcado con los Derechos Humanos que, con So hasta la actualidad, desarrolló por Sudáfrica, especialmente ¿Cómo olvidar Biko? Fue la primera incursión del artista londinense en la música tribal, y la base de ese.
Dedicada a Steve Biko, un activista sudafricano defensor de las libertades cívicas en su país, sirve de base a Gabriel para concienciar a las las grandes estrellas de la música de los ochenta para que se dieran cuenta que es una obligación moral la de luchar por todos aquellos que sufren el yugo y la férula del colonialismo o la corrupción y represión de los gobiernos en el Tercer Mundo. Y así acaba el tercer asalto del músico británico en solitario, con la sensación de que, si bien el factor sorpresa de su primer álbum se había disipado, consiguió seguir avanzando en su incesante búsqueda de la vanguardia y la complejidad musical. Menos barroco que su ópera prima, sirve de punto de partida para una nueva dimensión social de éste: los ochenta, la simplificación de esquemas, el concepto del ‘arena-rock’, el precursor de la técnica del ‘stop-motion’ con uno de los mejores vídeos de la historia como Sledgehammer y, sobre todo, la sensación de que aquel hombre que se vestía de flor o de soldado romano, jamás volvería; se había vuelto más y más complejo.
Bravo compañero…magnifico trabajo de desmenuzar de este enorme disco!
A+