Aquí tenemos a otra estrella de Hollywood que un buen día decide pasar al otro lado de la cámara. Russell Crowe, actor en casi una cincuentena de películas, algunas de ellas grandes producciones, y al que las generaciones venideras sólo recordaran por dar vida de una manera excepcional, sólo al alcance de unos elegidos, al Maximus de Gladiator, ha decidido que ya iba siendo hora de pasarse a la dirección; y la verdad que ha sabido elegir bien, ya que El maestro del agua aglutina todos los ingredientes para que su debut sea sonado, aunque el resultado final no acabe de girar del todo redondo y sólo de correcto se le pueda catalogar.
Una historia de búsquedas y encuentros en medio de un conflicto armado no es nueva, y siempre es una apuesta segura, sin demasiados riesgos, con unas grandes posibilidades de que el producto acabe gustando por igual a espectadores y crítica, y eso, gato viejo, lo sabe el bueno de Russell, por lo que no es de extrañar que para el estreno como director haya elegido llevar a la pantalla las peripecias de Connor en busca de los cuerpos de sus tres hijos.
Una película con dos partes bien diferenciadas, y si bien la primera hora para muchos pueda resultar demasiado larga, es ahí, cuando Russell hace lo que otros antes ya hicieron con mayor o menor fortuna, y nos vuelve a mostrar la absurdidad de cualquier conflicto armado, cuando la cinta consigue sus mejores momentos. Ahí, cuando la cámara nos sumerge en las entrañas de esos jóvenes que en nombre de un rey y de una patria, acaban con sus esperanzas en medio de ese fango a base de entrañas y sangre, es cuando Crowe sale con nota alta en su debut.
Otra cosa bien diferente es cuando se saca de la manga una relación imposible con Ayshe, a la que da vida la siempre eficiente Olga Kurylenko. Por mucho que se esfuerce, esos momentos en Estambul chirrían desde su inicio y acaban siendo un lastre para la película.
Y luego tenemos la segunda parte en la que, como si de una película de aventuras se tratase, Russell Crowe, en compañía de Major Hassan, al que da vida un magnífico Yilmaz Erdogan, nos conduce a otro de esos momentos que acaban fastidiando el resultado final; pero esto no es nuevo, y ya sabemos que a la industria le gustan los happy end.
Un happy end que se podrían haber ahorrado acaba mermando una magnífica primera hora en la que de manera incisiva se nos muestra la absurdez de esas carnicerías que de vez en cuando se montan entre países, imperios, patrias, religiones…, y la perspectiva en el tiempo de las mismas cuando el paso del tiempo se ha encargado de curar heridas. Y es ahí que Russell, enfundado en la piel de Connor, si bien al final nos acaba brindado otra de sus actuaciones lineales a las que últimamente nos tiene acostumbrados, consigue sus primeros grandes momentos a la dirección.
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