Tengo pendiente escribir una lista de razones por las que vivir, como la de Woody Allen en Manhattan o las genialidades que publicaron en Jot Down. Doy por sentado que una de tantas será la satisfacción de descubrir un «nuevo» artista que te llena, que te hace feliz.
Hace un par de semanas ni siquiera sabía a qué sonaba Ryan Adams. Eduardo Izquierdo es el culpable de que lleve días escuchándolo a todas horas, pues en su crítica se atrevió a compararlo con el Damn The Torpedoes. Benditos huevos tuvo, pues gracias a su osadía, descubrí un álbum lleno de estribillos que uno sólo escribe una vez en la vida, riffes que suenan celestiales y rasgos que… sí, que recuerdan al mejor Petty; tramos que suenan a como querríamos que lo hiciera Springsteen, pues Adams aún sabe escribir música pasional, bella y llena de vida.
Escuchar un riff como el de «Gimme Something Good» me produjo esa inigualable sensación de estar ante algo único con lo que conectas a primera escucha. Eso y la sonrisa inocente que conlleva es inigualable. Su sonido de guitarra, pulcro y musculoso, es el habitual en el disco. Pesa, pero reverbera con nitidez. Su voz de cantautor yanqui cumple interpretando melodías de crooner rockero. Ryan convierte una pieza sencilla (tras otra) en un pequeño himno de sonido humilde y estribillo que sella la memoria.
La experiencia se repite a lo largo del redondo, pues la producción deja sonar el polvo justo: resultado nítido pero áspero, lo que le da a un material de base excelente un aspecto formidable. Canciones como la íntima «Kim» o la sensacional y adictiva «Trouble» son puro y duro rock de autor, con arreglos tan justos que jamás sepultan la inspiración que los cimenta. Las guitarras acústicas de «Am I Safe» suenan tan potentes como unas anabolizadas eléctricas, y después, el espíritu del Boss sale a relucir en «My Wrecking Ball», que suena al mejor Bruce, como lo hace la bellísima «I Just Might». Al igual que la más personal «Stay With Me», tienen el potencial para sonar mejor a todo volumen sin saturar.
Además, entre estas once canciones también hay algún single para reventar estadios, como es «Tired Of Giving Up», de médula americana, o la melódica «Feels Like Fire». Pequeñas grandiosas canciones que encierran momentos y emociones a puñados, pulidas hasta lograr un perfecto equilibrio entre instrumentación y melodías vocales que le deberían ayudar a uno a sonreirle a la vida.
Once canciones de estilo bastante conservador en género en el que ya no se inventan cosas. Ahora, ejecutadas y producidas de una manera tan brillante, construidas con tanto mimo y maquilladas de forma tan elegante, el resultado supone una verdadera delicia para los oídos rica en detalles, matices y feeling, que no abunda. Brillante.
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