A priori Big Bad Wolves, de no haber sido por una de las megaestrellas de Hollywood tenía todos los números para pasar totalmente desapercibida, y con toda seguridad lo más posible es que ni tan solo se hubiese estrenado por estos lares, y es ahora, cuando después de llevarse la palma en varios festivales una vez Tarantino dictase sentencia al escogerla como la mejor película del año, con bastantes meses de retraso acaba de estrenarse en España y podemos degustarla en condiciones.
Y es cuando una vez Aharon Keshales y Navot Papushado nos acaban mostrando lo que se esconde tras la pared donde está colgada la bicicleta para sacarnos de duda de algo que ya hacía minutos sabíamos, y la última pieza del puzzle acaba encajando en el tablero, entendemos perfectamente las palabras de Tarantino, y es que mucho de su cine, quizás a modo de homenaje, transpira esa malsana atmósfera en la que nos sumergen ambos directores. Un clima malsano que en algunos momentos, evidentemente si has visto la película no hace falta que te diga cuales son, y si todavía no la has visto tranquilo que lo adivinaras enseguida, nos recuerdan que un buen día James Wan se sacó de la manga al amigo Jigsaw, pero Big Wad Wolves acabaría siendo una película más sobre el apasionante mundo de la venganza y de como alguien decide tomarse la justicia por su mano. Como tampoco es nuevo que los elementos pedofilos, siempre con el riesgo que esto conlleva vengan a añadir un elemento más de repulsión a la hora de poder justificar el comportamiento de quien decide aplicar el ojo por ojo, de hecho Nicolas Cage a las ordenes de Joel Schumacher ya anduvo hace algunos años por esas abruptas sendas, pero, de la misma manera que nada era nuevo en Reservoir Dogs, la mano de Tarantino hizo que acabase convirtiéndose en una película de culto,aquí todo lo que en un principio, sobre todo los veinte primeros minutos de metraje, pudiera dar la sensación de que estamos ante una cinta de serie B, de esas que sirven para rellenar la programación de un domingo por la tarde, esa perfecta combinación de comedia negra, thriller, y venganza sangrienta acaba explotando, sobre todo con la aparición del tercer personaje clave, a la que al cabo de unos minutos, ya en la parte final, se suma el cuarto, cual bomba de relojería para acabar elevando el conjunto final a unos terrenos cercanos a la excelencia.
Una excelencia lograda a base de cosas simples y sencillas donde, a base de situaciones y diálogos impropios de quien está a punto de hacer pedacitos al que le ha arrebatado lo más preciado, ese humor negro, y esos impagables diálogos con la madre, acaban facturando un producto que no tardará mucho en tener su remake made in EEUU, en el que cuatro actores de renombre a las ordenes de un director made in Hollywood van a cargarse toda la sencillez que atesora Big Bad Wolves para convertirla en una cinta más de poli y padre vengativo.
Big Bad Wolves es una de esas películas que has de ver, tal como pasaba con Déjame Entrar, en su justo momento, ya que su esencia basada en esa sencillez anteriormente citada no tardará mucho en ser despojada de la misma para aderezarla de toda esa parafernalia superficial necesaria para convertir el producto en un fenómeno de masas. Cuatro tipos, unos diálogos brutales, un par de palas, un martillo, una bicicleta, un pastel, un soplete, y poco más, son capaces de tenernos casi dos horas inamovibles en la butaca si pestañear asistiendo a un autentico festival cinematográfico.
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