Nos quedamos con las ganas de ver a la voz más profunda de su generación la última vez que pisó la capital. En formato de salón esta vez, con instrumentos de cuerda y un repertorio más suave, se presentó en el Nuevo Apolo bastante bien acompañado. Duke Garwood a su retaguardia, nada menos. El resultado, a mi paladeo, ligeramente agridulce.


Con escasos minutos de retraso, luces apagadas, escenario tenue, y hablando a susurros como si le atragantase la timidez, Lyenn, el bajista de Mark, interpretó algunas canciones a modo de aperitivo. Agradeció la asistencia, y lanzándose a cantar deshinibidamente con su voz, ofreció música entre lo indie y lo alternativo, tocadas con tanta suavidad que, la verdad, me dejó bastante indiferente. Irreprochable las narices que se necesitan para tocar de forma tan fina, como después hizo Garwood, ante un teatro completamente silencioso. Eso no quita, sin embargo, que aburriese. Al menos, a mí.

Puede que recién salido de trabajar, a uno no le entra la música de la misma forma. El caso es que el tramo de Duke Garwood, quien acompaña de multi-instrumentista a Lanegan, tampoco me tocó el alma. Mismo formato que Lyenn, aunque de mayor intensidad y color americano. Guitarra y voz a un lado del escenario, silencio y aplausos al otro. Demasiado suave para mi gusto y estado físico. No se me hizo largo, pero habiendo abierto puertas a las 19:30, daba mi caballo por escuchar la trasnochada voz de Lanegan.

Puntual, parco como la muerte, estirado y elegante. Que cante como si hubiera bebido lo mismo que Tom Waits no quita que su pinta sea la de señor, que la tiene.

El sonido, cristalino. Su voz, absoluta y protagónica. Más rasgada que en estudio, y tan grave que hacía vibrar el tapizado de todo el Nuevo Apolo. Descomunal lo de este tipo, mereciendo cada aplauso y ovación por todas y cada una de las interpretaciones. Se le escapa el alma a través del trenzado de rosales y alambre de espinos que esconde en la garganta, y por ello, aunque parezca que se le vayan a romper las cuerdas vocales, emociona, y mucho, con cada estrofa.

Ya fuera la tradicional “The Cherry Tree Carol”, su “One Way Street” o las muy bien arregladas a cuerda “The Gravedigger’s Song” y “Phantasmagoria Blues”, Lanegan no emite sonido desacorde. Ahora, físicamente es frío como el invierno nórdico, y el lucir americana elegantemente no compensa. Por ello, las canciones del, para mí, algo aburrido “Black Pudding”, supusieran un bajón en mitad del concierto. Monótonas y demasiado atmosféricas, adormecedoras cuando Lanegan callaba.

Revivió al público emocionalmente con sus versiones del “Imitations”, dejándome personalmente muy asombrado con “Pretty Colors” y “Solitaire”, dejando además el listón bien alto con “Mack the Knife”, “You Only Live Twice”, y la aplaudidísima “Satellite of Love”, que aprovechó para pronunciar una de sus cotizadas frases, “this one is for Lou”.

El mejor momento del concierto, sin duda, fue la interpretación a guitarra eléctrica y voz de “Halo of Ashes”, el temón de Screaming Trees. Lanegan, cantando cual ángel muerto, dando paso a un aplaudido lucimiento de su guitarrista Jeff Fielder sentándose, cual acabado, en una silla, cara al suelo.

El final fue tan épico como temprano. Una hora y cuarto de concierto que quizás, si se hubiera extendido más, hubiera resultado demasiado lineal para los fans más rockeros de Lanegan, como es mi caso. Más que disfrutar, gocé con su voz y un sonido pulcro. Y eso sí, para la siguiente ocasión, si se rodea de distorsión y con batería, no me lo pienso perder.

Setlist:
When Your Number Isn’t Up
The Cherry Tree Carol (canción tradicional)
One Way Street
The Gravedigger’s Song
Phantasmagoria Blues
War Memorial
Mescalito
Cold Molly
Driver
Pentacostal
Pretty Colors (Frank Sinatra)
Mack the Knife (Bertolt Brecht)
You Only Live Twice (Nancy Sinatra)
Solitaire (Neil Sedaka)
Satellite of Love (Lou Reed)
Mirrored
On Jesus’ Program (O.V. Wright)
Bombed Halo of Ashes (Screaming Trees)

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by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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