Diecinueve bandas, entre las que se pueden contar algunas que habían sido prácticamente imposibles de ver en Europa, no imaginemos ya España. Diecinueve. Diecinueve bandas en tres días, una tras otra, sin solapamientos: la mayor sobredosis de hard rock melódico y AOR de todo el continente.

El Firefest de Nottingham, no deja de ser una reunión de nostálgicos -con lo bueno y malo que ello conlleva- que se dejan la piel (y el bolsillo) por una música que quedó reducida al gusto de minorías hace ya mucho. Se celebra en la Rock City, un emplazamiento con el que podemos soñar eternamente en España: buena visibilidad y sonido cristalino. Ah, y cuenta con un cartel de lujo. Ay, el cartel, el factor de más peso que año tras año hace reunirse a tanto melómano ajeno a modas. Parece mentira que la cerveza que sirven sea tan mala. 

The Magnificent abrieron el festival con un show un tanto impersonal, como era de esperar. El proyecto liderado por Torsti Spoof (Leverage) y Michael Eriksen (Circus Maximus) se presentó en forma de agrupación de un día. Eriksen cumplió vocalmente con lo plasmado en estudio (“The Magnificent”, 2011), pero todo quedó en una actuación distante, con Michael leyendo las fotocopiadas letras sobre el tablado tablas, e incluso confesando que los músicos se habían conocido un par de días atrás. Pistoletazo de salida potente pero anecdótico. Cumplieron con sus cortes más acelerados, como “Cheated By Love”, “Bullets”, o “Holding On To Your Love”, grandes canciones bien interpretadas en ausencia de rodaje y cohesión de banda real. Ojalá.

Les siguieron, tras los 20 minutos reglamentarios, Eden’s Curse. No esperaba nada de ellos, ya que “they aren’t my cup of tea”, y las bajas expectativas se cumplieron. Empezábamos a preocuparnos por un sonido que no pintaba demasiado bien en comparación con lo disfrutado en anteriores ocasiones, algo que tampoco le hizo un gran favor a la banda, que sonó embarullada y chillona. Aproveché para descansar las piernas y echar un vistazo al merchandising, al igual que otros tantos presentes.

Lo de Work Of Art fue diferente. Es una de las bandas más punteras del AOR actual, con dos grandes discos de estudio en su haber y un tercero de camino. El público del Firefest los ama, y salieron a escena con el mismo ya ganado, más sueltos que en otras ocasiones (su debut en Madrid, o en el mismo Firefest hace un año), pero dieron cuenta, otra vez, de que su lugar, por el momento, es el estudio. Mucha pregrabación (coros, guitarras rítmicas) y aún faltos de amyor fuerza escénica. Musicalmente deliciosos si uno se centra en lo que sale de los altavoces. Lars es lo más destacable, un cantante solvente, de precioso registro y de perpetua sonrisa. Nos deleitaron con sus ya clásicos “Why Do I” y “The Great Fall”, entre otros, además de con algún que otro nuevo corte que hace presagiar un tercer gran disco. La Rock City comenzaba a calentarse.

De W.E.T. tampoco esperaba demasiado. Un gran batiburrillo de músicos con Scott Soto al frente cantando canciones que su garganta sólo aguanta el día de la grabación, y a saber. Lo cierto es que me sorprendieron. Por un lado, el carisma de Jeff compensó hasta cierto punto sus limitaciones vocales. Por otro, el líder de Eclipse, Erik Mårtensson, y su compañero Magnus Henriksson le dieron a las tremendas canciones de W.E.T. un buen empujón, el suficiente como para que algunos nos olvidásemos de las pregrabaciones (otra vez) y de su poco rodaje en directo y disfrutásemos de música y estribillos como enanos. El concierto no pasó de lo objetivamente correcto, aunque el sonido había mejorado considerablemente, y canciones como “Walk Away” o “Brothers In Arms” se gozan sí o sí. Lo pasé estupendamente con el espectaculo, sobre todo con la despedida con “One Love”, “Brothers In Arms” e “Invincible”, pero Soto no estaba en su mejor momento, y mucho tiene que agradecerle a las canciones de Robert y Erik, que le hacen un concierto a cualquiera y que genera ganas de recomendar a la banda.

A Dare nunca los había visto. Me encandila, como a tantos, su primer álbum, y casi más el segundo, del que el propio Wharton reniega. A pesar de que todo el mundo me aseguraba que se avecinaba un somnífero de gran efecto, mi curiosidad ganó, y si bien la sorpresa que supusieron “Wings of Fire” y “We Don’t Need a Reason” al comienzo, sonando medianamente bien, lo de después fue pura anestesia para mi cuerpo. No encuentro en canciones como “Beneath The Water” o “Silent Thunder” rasgos apropiados para el directo. Si bien no dejan de ser piezas deliciosas para un buen sillón, por poco me duermo de pie. Para cuando llegaron “Abandon” e “Into The Fire” me tuve que frotar los ojos y forzar a corear. Crónica de una anunciada y soporífera decepción. La banda en sí, solvente y elegante, con un Wharton digno a la voz.



Uno de los platos más fuertes del festival era la reunión de Harem Scarem. El regreso de la banda con motivo del 25 aniversario de mi adorado “Mood Swings” me emocionó hasta puntos insospechados. Nunca había visto a la banda en directo y ya se sabe como somos los aficionados. Nos dejamos llevar. Me preocupaba el sonido que nos había acompañado durante toda la jornada, e irremediablemente, este afectó a la guitarra de Pete Lesperance, apenas audible durante gran parte del show. Sin embargo, el conjnto sonó arrollador, desgranando los clásicos de su segundo álbum con una fría brillantez, sobre todo por parte de un Harry Hess soberbio de voz pero parco en interacción. No se le termina de ver disfrutar.

El nuevo bajista parece una estatua que cumple instrumentalmente, y los verdaderos motores escénicos del grupo son, el sonriente Lesperance y el baterista-front-man Darren Smith, que se cantó todos los coros y el “Sentimental Blvd” de forma impecable, sin dejar de animar durante todo el recital y aporreando con todo el peso de su alma. Resultaron deliciosos los estribillos de “Saviors Never Cry”, “No Justice”, “There Was A Time” y, sobre todo, “Stranger Than Love”. La despedida con “Changes Comes Around” acabó con mi garganta, y es que me atraparon desde el principio. Sobraron un par de temas de su cantera más moderna (“Dagger” se me hizo ladrillesca) que entorpecieron el ritmo del concierto, pero que me quiten lo bailao

Un día agridulce, sin grandes sobresaltos y con un recital de Harem Scarem que suscitó tantas alabanzas como críticas negativas. Haciendo oídos sordos, escuché lo que me decía el cuerpo, y me llevé a la cama gratas y reparadoras sensaciones. El día siguiente sería tan sorpresivo como superior

Fotografías de Raúl Blanco, de Metal4All.


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by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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