Aprovechando la pequeña tregua que el calor parecía haber decidido concedernos, todo apuntaba a que la noche se mostraría propicia para disfrutar el paso de Diana Krall por el Tío Pepe Festival. Mientras esperábamos que se ocultase el sol procurando placer al paladar con los excelentes vinos de la bodega Gonzalez Byass, comprobar la buena entrada que presentaba Bodegas Las Copas presagiaba expectación por la actuación de una de las más importantes interpretes del jazz vocal actual. Cerca de las diez y media de la noche, Diana Krall, con un sobrio y sencillo vestido negro y botas de cowboy junto a los tres músicos que la acompañan en esta gira, Robert Hurst al contrabajo, Anthony Wilson a la guitarra y Karriem Riggins a la batería tomaban el escenario del Tío Pepe Festival. Refugiada en la seguridad que le otorga su piano, ese lugar desde donde se muestra brillante cuando ejecuta las canciones, pero tímida a la hora de interactuar con el público, invade la noche jerezana con las notas y acordes de los standards del jazz vocal que junto a composiciones propias forman parte del set list de esta gira que la trae a la capital continental del vino. Temas conocidos e interpretados en otras voces tantas veces pero que Diana Krall y su banda privan de cualquier corset para abrir la mano y transformarlas en su desarrollo por obra y gracia de unos músicos que brillan de manera especial, siendo capaces de transportar las canciones por los senderos de la bossa nova, el blues o el tango más canchero y lastimero con una naturalidad y facilidad asombrosa.
Diana Krall atrae las miradas cada vez que su voz absorbe la atención del público, regalándonos un show que a pesar del tamaño del escenario y la cantidad de público asistente, consigue concebir un tono intimista y personal donde todo se centra en esa comunicación a través de la música entre artista y oyente. Pero además brinda la oportunidad a Hurst, Wilson y Riggins al lucimiento personal en todas y cada una de las canciones, ofreciéndonos precisos solos con sus instrumentos que extienden la duración de las canciones más allá de los minutos para que fueron concebidas. Escuchamos canciones conocidas en manos de otros grandes interpretes populares como «Where or when», «I’ve got you under my skin»o un fantástico «Jockey full of bourbon» de Tom Waits que conviven con otras propias como «Boulevard of broken dreams» o «Simple twist of fate». No tienen prisa por poner fin a estas y se recrean en cada nota, en cada paso, cada cambio, cada solo, mostrando una maestría que atesoran ese tipo de músicos especiales que se crecen en cada escenario.
Diana Krall, tan elegante como introvertida, ese aire inalcanzable y a la vez sencillo que cuando sus dedos transforman las teclas de su piano junto a su voz toma la noche, deja la sensación de haber asistido a uno de esos conciertos que cada vez que recuerdas vas rescatando imágenes y detalles que te llevan a pensar en la gran noche vivida a ritmo de jazz en un incomparable marco como es Bodegas Las Copas. Dos horas, bises incluidos y la salida casi sigilosa del escenario ante el fervor y respeto del público como si aquello ofrecido esta noche, tan sencillo para ellos, como tan fascinante para aquellos que lo vivimos desde nuestro asiento.
0 comentarios