1962 fue, en lo musical, un año estupendo. En Londres, Inglaterra, unos jovencitos lampiños, con aire adusto y toda una retahíla de álbumes de Buddy Guy y Muddy Waters como referentes, debutaban en un día de julio en el club Marquee. Pocos ignoraban que, cincuenta y cuatro años después, los Stones serían uno de los sucesos más importantes del siglo XX no ya en el aspecto musical, sino histórico y cultural. Bob Dylan también editaba su primer trabajo: un compendio de canciones en las que, el de Minnesota, antes de ejercer de poeta de aquella generación posterior a la Segunda Guerra Mundial y el Estado del Bienestar, demostró que antes de ser una deidad había que ser mortal.
Si nos ceñimos a James Brown, nuestro protagonista de hoy, ya había nacido siendo un ser prácticamente mitológico. Su inconmensurable talento refulgía en la oscuridad de un cielo que lo había elegido para hacer historia. Antes de ofrecer los recitales en el teatro Apolo, el padrino del Funk venía precedido de una serie de grandes álbumes como James Brown & His Famous Flames -1958-, Think! -1961- y James Brown and The Famous Flames -1961-. El artista de Carolina del Sur se presentaba en el neoyorquino barrio de Harlem con una misión: elevar el Funk a los altares, y su persona, al estrellato. Y lo consiguió. La música negra había experimentado una transformación maravillosa. Por ejemplo, Sam Cooke, el ángel custodio de numerosas generaciones posteriores dedicadas al Soul, editaría, en el año 1963, otro directo también fundamental para entender la evolución del género y la música del siglo pasado como su Live At The Harlem Square Club, Ella Fitzgerald y Billie Holiday, también proyectaron su presencia en el plano musical y escénico en diversas performances por toda la geografía norteamericana.
Grabado también en 1963, el Live At The Apollo de James Brown recogía los shows ofrecidos por éste en octubre de 1962. En un principio, la discográfica se mostró reacia a sacar a la luz estos fantásticos recitales del genio norteamericano, pero ante la insistencia de éste, decidieron rectificar y editar un Live! que, desde la fabulosa e histórica introducción realizada por Fats Gonder, mostró a la perfección que la mejor forma de luchar contra la tiranía y opresión que vivían los afroamericanos en Norteamérica era haciendo música. Los conciertos, y en concreto interpretaciones como I´ll Go Crazy, I Don´t Mind o Night Train, exhibían la portentosa habilidad del artista y sus The Famous Flames a la hora de conjugar a la perfección el frenesí del directo, las cadencias sonoras del Soul, el éxtasis del Funk, y solazarse así en la magia de unas composiciones que brillan con luz propia con la naturalidad como denominador común. Sin retoques de ningún tipo, el directo del norteamericano es su propio manifiesto sobre el poder de la música para lograr que el respetable se sienta especial.
Para cuando llegamos a las mejores interpretaciones del álbum, como el medley Please Please Please/You,ve Got The Power/ I Found Someone y Lost Someone, el público cae rendido a los pies del intérprete y su banda. Una exhibición musical prolongada por la propia interacción del artista y sus músicos con el público. Los conciertos celebrados en el teatro Apolo no son sólo un manual de Funk, Soul y música en general, no: los instrumentistas, así como el padrino del género, logran que el público los alimente con su energía. Rara vez se ha visto en la historia de la música a un respetable tan entregado a una causa. Y mientras tanto, Brown y sus músicos se recrean en las estructuras musicales del Gospel en las citadas Try Me o I Don´t Mind –sensacional la labor de Bobby Benett y Lloyd Stewart en los coros, así como la de Hubert Perry al bajo-.
Los salvajes pasajes instrumentales, así como el calor de las baladas, logran que el público se vuelva febril. El éxtasis de los asistentes al concierto se agota no por el tedio, sino por el incansable contoneo del artista, que no cesa en su empeño en predicar las bonanzas de la música o la frustración y la pérdida, como muestra en el sentimiento que le imprime a sus baladas. El artista adquiere una presencia inmortal cultivada con delectación por parte de sus propios músicos y de unos asistentes que, al igual que sucedería con el citado Sam Cooke y, posteriormente con Marvin Gaye, estaban siendo conscientes del papel histórico que estos artistas estaban teniendo. El teatro Apolo ha visto a B.B King y su Lucille, a las referidas Ella Fitzgerald y Billie Holiday, Funkadelic, Parliament y a Wilson Pickett, entre otros. Pero ninguno brilló con tanta fuerza como lo hizo Mr. “Dynamite” Brown.
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