Fito Cabrales “rompió mi corazón” allá por un frío enero de 2004. Yo, fan confeso, profeso y a veces compulsivo de Platero y Tú, me acerqué presto y reconfortado aquella noche de sábado a la madrileña sala Aqualung, al concierto que el de Zabala daba presentando el que era su tercer disco en solitario, “Lo más lejos a tu lado”. Y allí rodeado de gente, me sentí un extraño, con mi camiseta de los Platero, de su disco “Correos”, como un vestigio de un pasado, de una historia que quedaba definitivamente atrás. Aquella noche comprendí, como náufrago en una isla poblada, que Fito zanjaba cualquier atisbo de recuerdo vivo de Platero y Tú, y que su público era otro al que a lo mejor, ya no le importaba tanto si hay poco rock and roll. Han pasado más de veinte años desde entonces y el recuerdo se convierte en anécdota. Como nunca he creído a pies juntillas en la ortodoxia y vivo convencido de que alegrarse del éxito ajeno cuando además, el protagonista de ello sigue siendo a su manera, “uno de los nuestros”, es un sano ejercicio de realidad, he seguido la carrera de Fito, con más o menos entusiasmo según me calentaba el sol.
Y ahora que Fito y sus Fitipaldis se ha convertido en un artista de entrevistas en El Mundo y El País, músico de masas de cierta edad, que reivindican sus canciones cuando pretenden como iluso en carnavales, sentirse “rockero” durante un eufórico cuarto de hora aunque sigan sin poner cara a Chuck Berry. Ojo, que no es ningún reproche a Fito Cabrales, os lo prometo por Ozzy que reine allá donde se encuentre, espero que me entendáis, si no, que sentido tendría estar aquí plasmando mis pensamientos mientras la música, la suya, suena. Y nadie escapó de la evolución, cantó Jose Carlos Molina hace mucho, ni falta que nos hacía, igual pensaron muchos. El caso es que aquí estoy mirando ya de reojo como escapa 2025 con “El monte de los aullidos” sonando en los altavoces. Carlos Raya se ha convertido en ese “compañero en la sombra” de Fito desde hace ya tiempo, y de muchos otros. Carlos Raya, todo un seguro de vida, un músico al que el tiempo ha otorgado la importancia que merece aunque muchos de los que le miran desde debajo del escenario sigan sin saber su nombre.
En un disco lo importante son las canciones, pero muchas veces, la historia que esconde detrás, el bagaje que acumula. Las canciones terminan convirtiéndose en historias de vida no sólo de quien las escribe o interpreta, sino de quien las escucha y construye con ellas capas de piel. En un mundo musical dominado por autotunes y tonadas con fecha de caducidad siempre es buena noticia que en los grandes medios siga habiendo lugar para música como la de Fito. “El monte de los aullidos” es tan reconocible como era de esperar, las melodías festivas tan características como marca registrada que se aparecen de forma constante en la inicial “Los cuervos se lo pasan bien” o ese blues lento que se deja ver en la canción que da nombre al disco donde Carlos Raya se recrea en un solo de guitarra pausado y melódico. Fito nos sigue obsequiando con esas letras en primera persona a flor de piel donde juega a recrear experiencias como lleva haciendo desde tiempos impertérritos.
“Volverá al espanto” es otro medio tiempo medio tiempo con sabor a carretera secundaria en la que la aparición intermitente de la guitarra acentúa la melodía vocal. “Como un ataud” es un rock and roll de hechuras clásicas con las suficientes aristas para colarse en radiofórmulas aderezado por el saxo y el continuo machacón de la estrofa y la contención de fuerza y velocidad para no salirse de los parámetros en los que Fito encuadra su música desde hace ya dos décadas. “A contraluz” tiene ese deje del rock americano oriundo de Springsteen o Mellencamp en las guitarras pero sin dejar ni un solo instante de ser 100% Fito & Fitipaldis en la melodía vocal.
Al Fito más íntimo lo sentamos a nuestro lado para que nos cante la balada de voz rasgada y ritmo sereno de “La noche más perfecta”, guitarra y voz a la par, la forma de Fito de contar sus cosas para que las identifiques con las tuyas. Mantiene Fito el ritmo reposado con “Marea imparable” y su ritmo “ferroviario” de canción con alma sureña para hablar de despedidas que de una manera u otra siempre contienen un fondo amargo. Una de mis canciones preferidas del disco con un Fito desnudado su alma y zurciendo heridas. “Una maldita suerte” se viste del espíritu del rock and roll y el swing de los 50, sin estridencias y minima distorsión, repasa una historia vivida de la que nunca ha renegado y que de una manera u otra siempre sale a la superficie. “Mentira y verdad” es muy Fito, un -otro- medio tiempo de transcurrir placentero como un viaje por una autopista que añora las curvas de las carreteras mal asfaltadas. Cierra el disco la instrumental “Ardi” con la que bajamos de “El monte de los aullidos”, que algunos tacharan de una vuelta sobre el mismo tornillo, pero al que yo le descubro esas muescas por donde a Fito Cabrales se le da tan bien girar. De momento, en mi calendario tengo marcada la fecha de primero de mayo donde su monte de los aullidos sonará junto al mar de mi Sur del Sur.





















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