«Una sola cosa sé: llegará la tranquilidad y llegará la paz. Y algún día no me importará nada«.
Alejandra Pizarnik
De esta sencilla frase, extraigo que Alejandra estaba asomada de la ventana de sus ojos, más hacia dentro que hacia fuera. Es lo que pasa a muchos artistas. Son obligados a sus interioridades, a navegar por su yo interior, de manera que no pueden visualizar del todo lo que hay desde esa ventana, hacia fuera. Quiero decir, la mirada.
Una mirada, que se va ensanchando cada vez más, para esos otros que tienen la suerte de tener ambos puntos de vista, el de dentro y el de fuera. Así es cómo mediante la metáfora, unen esas dos realidades —filosóficamente hablando—, para que se hagan comprensibles.
Los artistas que pueden vislumbrar además, la vida hacia fuera, tienen mayor compromiso con lo social. De alguna forma, hasta se olvidan de sí mismos, para poder analizar las situaciones de injusticia, de manera que este mundo retrase su fatídico final.
Mirar únicamente hacia dentro es solo sobrevivir. La mirada interna es como la mano que tapa la herida pidiendo que cese el dolor. Es un camino que lleva al misterio de la vida. Y todo eso que queda dentro es exteriorizado con poemas que ofrecen una imagen precisa del panorama desolador y grandioso que llevamos dentro. Como diría el poeta, «nuestra ciudad bombardeada».
De esta manera, este tipo de poesía solo es entendible por quienes pasan por lo mismo. Así se evidencia, no se piensa. Lo procesado con el corazón se sabe directamente. En este verso de Alejandra se nota que la meta después de tanto sufrimiento, es uno mismo. Llegar al centro del ser. Algo que, a la vez, impide analizar correctamente el presente social circundante.
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