Con cierto retraso nos llega esta cinta independiente estadounidense que consiguió dos nominaciones a los pasado Globos de Oro como mejor actriz y canción original. Una historia triste y nostálgica sobre como ciertos empleos son destruidos por el inexorable paso del tiempo, sobre todo para las mujeres con la pérdida de la belleza y los estragos de la edad. Algo que también, y tan bien, nos narró Coralie Fargeat en “La sustancia”.
Aunque esta “The last showgirl” bebe de esas cintas de perdedores que buscan una improbable segunda oportunidad. Cine de corte pesimista que tiene en “El luchador” de Darren Aronofsky a uno de sus principales estandartes. Y como sucedía con la antigua estrella del “wrestling”, aquí tenemos a una bailarina de un espectáculo de Las Vegas que ha quedado anclado en el pasado y que va a ser sustituido por otro más actual. Un argumento que sirve como metáfora de sus protagonistas. En el anterior filme para revitalizar la moribunda carrera de Mickey Rourke y aquí la de Pamela Anderson, antigua “sex symbol” y hoy apenas recordada. En el primer caso, Rourke consiguió hasta la nominación al Oscar y con esta Anderson logró otra candidatura al Globo de Oro, algo impensable cuando lucía su cuerpo en la serie “Los vigilantes de la playa” o su fracaso en la “gran pantalla” con “Barb wire”.
Ella es la principal atracción de la película y, de hecho, plasma a la perfección la derrota de un “juguete roto”, alguien que cree ser importante en un ecosistema tan falso como Las Vegas. Ella, junto a Jamie Lee Curtis y Dave Bautista, encarna los “sueños rotos” y la imposibilidad de reinventarse para aquellos que viven de su físico sin aportar nada más. Seres que cuando cumplen ciertos años y pierden el atractivo se convierten en caricaturas de sí mismos. Ejemplo que su guionista Kate Gersten deja claro en el lamentable baile de Jamie Lee Curtis en el casino o la audición para buscar nuevo trabajo del personaje de Pamela Anderson.
Y ese tono de “tiempo perdido” y pesimismo lo acrecienta su directora Gia Coppola, mucho más cercana a la puesta en escena de su tía Sofía que a la de su abuelo Francis Ford. Su realización tiene buenos momentos pero abusa del primer plano, los insertos en cámara lenta y de la “cámara al hombro”, lo que distancia un tanto al espectador y aunque el resultado final se ve con agrado, su algo menos de hora y media acaba por resultar irregular.
Técnicamente es correcta y su factura independiente no le crea tampoco demasiados problemas. Un entretenimiento pasajero que narra algo tan triste como la vida en una ciudad tan decadente (así por lo menos nos la muestra Gia Coppola) como Las Vegas.
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