El mal no existe es otro ladrillo que nos venden como una gran película. Otra vez la crítica se ha vuelto loca con un film del japonés Ryûsuke Hamaguchi, sí, el que nos aburrió hasta la náusea con ese tostón que fue Drive my car y que, inexplicablemente, ganó el Oscar a mejor película extranjera el año en el que un remake del que ya nadie se acuerda ganó el Oscar a mejor película (Coda). No olvidemos que el año anterior otro gran tostón como Nomadland ganó el Oscar a mejor película. Así está la cosa. Luego que la gente no va al cine. Ojo, que El mal no existe se ha llevado también premios en Venecia y San Sebastián. Hombre, entre films descerebrados de efectos especiales y estas torturas para la paciencia del espectador… hay mucho margen para el buen cine. Y que conste que no tengo nada en contra del cine asiático ni japonés, es más creo que el mejor cine de las últimas décadas se está haciendo en Asia.
Pero El mal no existe no me ha gustado. No soporto el cine anémico de Ryûsuke Hamaguchi. No voy a entrar en la trama ya que apenas hay trama ni voy a entrar en la sensación de tomadura de pelo que me produjo esta película por no aburrir al lector, suponiendo que este texto lo vaya a leer alguien, que lo dudo. Igual hay que ser japonés o crítico literario especializado en mitología asiática para entender todo lo que Ryûsuke Hamaguchi nos quiere sugerir con esta película. No sé. Yo me aburrí bastante. Creo entender lo que nos quiere decir y coincido con su mensaje ecologista aunque su forma de narrar me parece una losa para cualquier historia. Una pena que las excelentes fotografía y música no consigan levantar este ladrillo. No sé si el mal existe, el aburrimiento sí, y el cine de Ryûsuke Hamaguchi es la prueba.
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