El tiempo es capaz de convertirse en una pesada losa cuyo ampuloso volumen imaginario es capaz de hacer saltar los resortes del olvido en un mundo cada vez más impregnado de una impostada necesidad de vivir en una actualidad constante, en un autoimpuesto mandamiento tallado con el cruel cincel del ahora o nunca, inútil herramienta de la que nunca salieron obras maestras que alcanzasen por mérito propio el paraíso de la eternidad, instancia de vida capaz de vencer a la muerte cuando supera el inexorable paso de las agujas del reloj. Vivir de espaldas es una opción personal que solo es factible si eres capaz de lidiar con las consecuencias, de pasarlas por el tamiz de la insignificancia. Me detengo durante un segundo que parece durar más de la cuenta mientras pongo en orden mis recuerdos, fuerzo los resortes de mi cabeza para que no los alinee a su antojo. Desconozco si la vida va de aprovechar oportunidades o vivir a una velocidad constante. Priorizo sobre aquello que es capaz de arrancar emociones de mi interior y otorgarme la capacidad de derrotar el estigma del introvertido que se marca a fuego en mi frente y que solo adoro cuando necesito dosis de soledad.
Los tiempos modernos vencieron a los viejos mitos en una transformación dolorosa que volvió a abrir las puertas del submundo para la gente que tiene algo que decir, historias que trasladar a través de sus instrumentos musicales. Imágenes de una oscura sala gaditana acaparan la primera fila de mis recuerdos con los sanluqueños Bourbon, hace ya tanto que he perdido el sentido del tiempo pero no del espacio. Siempre me he sentido reconfortado con su música aunque por alguna razón desconocida, sienta que nuestros caminos anden continuamente paralelos, aunque nunca les haya perdido de vista aunque sea mirando de reojo y con disimulo. Es complicado plasmar en palabras algo tan visceral como la afectividad que me produce la música, más aún, cuando es una banda a la que profeso devoción. Escapo de ese profundo lugar donde me convierto en huraño para disfrutar de las canciones con las que Bourbon golpean la pared de cristal donde me escondo. Raúl, Alvaro y Juanma tomaron ya hace tiempo la determinación de tomar su propio sendero para que su música sea cada vez más personal a la vez que reconocible en esa capacidad de saber innovar sin perder un ápice de personalidad. Mojo mis pies donde muere Bajo Guía y miro al cielo buscando el golpe de viento necesario que me ayude a galopar en ese bajo omnipresente de Juanma que presenta en sociedad este disco a través de «La espiral», llave que abre el cofre de los secretos del nuevo trabajo de Bourbon. Psicodelia, potencia creciente, ritmos de batería que actúa como latido vital, la impaciencia que te produce una guitarra capaz de hacerte flotar aunque tus pies no abandonen jamás el sucio y frío tacto del asfalto.
Una vez metido en faena ya no quieres abandonar y el infeccioso hechizo en el que se convierte «Ariel», de guitarras optimistas y líneas vocales inmersas en historias bañadas por la humedad del muelle donde cuecen sus canciones, atrapa. Una vía cimentada sobre distorsiones envueltas en melodías que abren paso a destellos acústicos como escolta a la manera intimista de Raúl Guerrero de dar vida a las letras, como una historia contada a distancia corta que hace sobrevolar a su alrededor destellos propios de las maneras más clásicas del rock y a su vez de la forma de interpretarlas a mitad de los noventa. Repiten la fórmula para «Olvidarnos de ti», con una guitarra que embellece la canción sin aparentemente copar protagonismo, balanceado por la melodía de voz, capaz de albergar emociones y desatarlas con una manifiesta facilidad que no está al alcance de cualquiera. De nuevo el bajo de Juanma toma partido para anunciar la fugaz tormenta eléctrica que se cierne sobre nuestras cabezas con «Noctuario» que sin llegar a los dos minutos es capaz de recargar tu espina dorsal de vigoroso poder. Sin perder un ápice de fuerza me introduzco con los ojos cerrados en esa montaña rusa de llamada «La mujer de pelo blanco» que destila elegancia y fuerza, subiéndote poderosamente hacia el punto más alto para dejarte caer sin vértigo en los brazos de una monumental guitarra mientras la canción se convierte de manera natural en una jam que no quisieras escuchar terminar.
Si existe un sonido Bourbon, «Llorarás» lo definiría a la perfección, una atmósfera no solamente excelentemente construida sino perfectamente ejecutada, una letra profunda en una garganta que consigue transformarse en un instrumento más imprescindible para comprender el resultado expuesto, esas paradas en las que se lucen de manera descomunal buscando una belleza que en tiempos de nubes grises permanentes puede resultar tan alentadora como desconcertante y necesaria. No encuentro palabras para seguir describiendo una canción como «Llorarás» más allá de la necesidad explícita de gritar a pecho descubierto. El punto final, el regreso a casa, el abrir los ojos para discernir nuevamente la realidad lo ponen los ocho minutos de «Eco…Trafalgar», una épica suite de dos actos que comienza con la fuerza interior que escapa y consigue su punto óptimo de ebullición en «Eco» dejando ver calzadas progresivas que casan a la perfección con la propuesta para ir buscando la salida anunciado por unos efectistas juegos vocales para suavizar el golpe que produce ser consciente de que el disco llega a su fin antes de que la segunda parte de la canción «Trafalgar» nos envuelva en la tristeza de la despedida. Bourbon se han tomado su tiempo, seguramente demasiado pero han sabido compensarlo de la manera que mejor se hace, a base de unas canciones apabullantes.
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