Lo objetivo sería el ojo, y lo subjetivo la mirada, que es un órgano mucho más complejo porque implica procesos del corazón, no solo del intelecto. Mirar es ver con empatía y reconocer, reconociéndote, en la otra persona.
Mirarnos es comprender que cambiamos cada día y por esto, hay que desvestirse antes de las viejas imágenes que teníamos de la persona que está enfrente. Mirar es comprender con precisión, no solo objetivamente. La mirada comprende el todo objetivo y subjetivo en su conjunto. Completa ese puzle real.
La existencia es bella en un 30 por ciento. El resto es herrumbre. Pero solo se puede percibir esa belleza con amor, con empatía. De otra manera estamos ciegos, en penumbra, frágiles y tragando un barro cansado que nos polariza cada vez más hasta llevar dentro el cielo y el infierno en sus máximas expresiones.
Mirar con empatía es salir de ti mismo para centrar el foco en el otro sin compararse, sin competir, aceptando su ser con todas las consecuencias y sin idealizaciones. Mirar, es observar sin esa fiebre enamorada —sin prisa—, aquello que se revela a su tiempo.
Mirar es una actividad positiva porque no sólo se mira lo negativo. Y para comprender el todo de la otra persona hay que mirar más allá de los prejuicios. Así se mira comprendiendo y se revela por sí sola la verdad del otro, su ser auténtico. Ese ser que todos cuidamos mejor o peor, en nosotros. El que crea sociedad. El mejor espejo es un ojo amigo.
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