Diez años han pasado desde el que parecía ser el testamento cinematográfico de uno de los más grandes de la animación de todos los tiempos. Y es cierto que aunque “El viento se levanta” no era una mala cinta, sí nos dejaba con un sabor agridulce al no encajar del todo con el resto de la filmografía de Hayao Miyazaki.
Con “El chico y la garza” vuelve a terrenos conocidos para el seguidor y el espectador de Studio Ghibli. A su increíble técnica pictórica que ofrece casi un cuadro por fotograma se suma una historia enrevesada pero de un magnetismo y poder narrativo y visual que epata y nos deja perplejos. Un mundo onírico que mezcla realidad y fantasía, emoción y crueldad que nos evoca sus mejores obras como “la princesa Mononoke”, “El castillo ambulante” y, sobre todo, “El viaje de Chihiro” con la que guarda no pocos paralelismos.
Y es que “The boy and the heron” es otro viaje al universo de “Alicia en el país de las maravillas” protagonizado por un niño. Chico huérfano de madre en los bombardeos de Tokio en la Segunda Guerra Mundial (impresionante prólogo) cuyo padre decide casarse en segundas nupcias con alguien parecido a su madre (¿su tía, quizás?) y llevar su empresa de aviación al campo. Un lugar que como en “Mi vecino Totoro” está lleno de sorpresas y que esconde otra dimensión desconocida donde va a parar el pequeño Mahito a buscar a su madre muerta y a su nueva progenitora desaparecida, merced a lo explicado por un extraño hombre- garza que sirve de catalizador entre ambos planos como sucedía con el conejo en la obra de Lewis Carroll.
A partir de ahí, nos dejamos llevar por la imaginación desbordante del Miyazaki guionista, con un “libreto” lleno de símbolos, heroínas que evocan figuras reales y que ayudan a vencer los traumas del chico (como Himi con el fuego y Kiriko con el agua), criaturas adorables como los Warawara, a la altura del hollín de “Mi vecino Totoro”, Cálcifer en “El castillo ambulante” y a los Kodama de “La princesa Mononoke”, con los que guarda la mayor similitud. Em este caso, como sucedía en “El viaje de Chihiro” o, incluso, en “Porco Rosso”, los villanos no dejan de tener un componente humorístico (todos aves), tanto la histriónica Garza Real, los pelícanos (maravillosa la noble muerte de uno de los más veteranos explicando por qué hacen lo que hacen) y los carnivoros periquitos gigantes.
Un caleidoscopio brutal donde se unen a la perfección imagen y narración, con una puesta en escena antológica que hace que las más de dos horas pasen en un suspiro gracias al ritmo endiablado que hace que no podamos despegar los ojos de la pantalla. Una duración posible en un filme de animación que se puede dar porque Miyazaki (prácticamente todo Ghibli) utiliza animación limitada y no total. Y toda esa perfecta ambientación es ayudada por la maravillosa (otra más) banda sonora de su músico de cabecera Joe Hisaishi.
El tiempo situará a “El chico y la garza” en el lugar que le corresponde. De momento es uno de los mejores largometrajes del año y, si esta vez es la definitiva, un perfecto colofón a un director con mayúsculas que lleva cambiando el mundo de la animación desde sus ya lejanos primeros trabajos en larga duración con “Nausicaä del valle del viento” y su inicial con Ghibli “El castillo en el cielo”, productora a la que debemos muchas obras de envergadura, con dos genios como Isao Takahata y Hayao Miyazaki.
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