Desde su primigenia «Boogie nights» el cine de Paul Thomas Anderson ha recibido el beneplácito de la crítica y de un importante segmento del público en la gran mayoría de sus producciones. Obras que poseen ese marchamo y sello de calidad que tiñe sus largometrajes aunque su ritmo excesivamente lento distancien al espectador de la trama en más de un momento como podemos ver en cintas como «The master», «Puro vicio» o, incluso, en «El hilo invisible», la mejor de los últimos títulos de su importante filmografía.
Por ello sorprende su nueva película «Licorice Pizza», un filme mucho más alegre y ligero que los trascendentales dramas que conforman la mayoría de su obra aunque con ese toque personal «marca de la casa». Y la labor no es sencilla pues el guion del propio autor gira casi en una anécdota mil y una veces vista en pantalla pues el resumen de «Licorice Pizza» podría ser el «chico conoce chica». Y no hay demasiado más en una película donde los protagonistas acaparan la casi totalidad del metraje mientras que los secundarios son casi meras comparsas, «gags» que sirven para ir cimentando la relación de la pareja. Eso sí aunque parezca que dos horas y cuarto de duración con una premisa tan endeble pueda resultar cansina y de sopor absoluto, el director se eleva por encima de su limitación argumental con unos diálogos ágiles y una puesta en escena abrumadora, consiguiendo filmar una primera mitad para el recuerdo (de lo mejor visto en sus cintas) que decae algo en la segunda, con la aparición de Sean Penn y, con posterioridad, de Bradley Cooper aunque hay que reconocer que las secuencias con este último resultan hilarantes. Quizás Paul Thomas Anderson quiera reflejar un mundo inmaduro y excesivo en los adultos frente a la responsabilidad y la mesura de los jóvenes que queda marcada por esa primera hora donde los dos chicos van conociéndose y enamorándose poco a poco, profundizando en la psicología de ambos con buenas y divertidas charlas mientras caminan seguidas por algunos impagables planos secuencia, tan deliciosos como los que consiguio Richard Linklater en su tríptico sobre el amor en la juventud que iniciaba la maravillosa «Antes del amanecer».
Para ello, ha elegido dos actores casi debutantes. Por un lado el hijo de Philip Seymour Hoffman, Cooper Hoffman y por el otro Alana Haim, miembro, junto con sus hermanas en un grupo musical y que ya había trabajado con Paul Thomas Anderson en esa faceta pues el estadounidense ha realizado unos cuantos videoclips para la banda Haim, otra labor que ha compaginado con sus trabajos para la gran pantalla. Ambos tienen carisma y química en sus escenas juntos y por separado, así que merecidos todos los parabienes recibidos por su interpretación y justas las nominaciones al Oscar que han conseguido.
«Licorice Pizza» es otra muestra más del talento que atesora paul Thomas Anderson que sin llegar a la excelencia plena sí consigue un notable largometraje. Otro más que le eleva a clásico contemporáneo, con tantos seguidores como detractores (importante condición para un autor) y que con esta aparente modesta cinta consigue demostrar aquello de que no hay buen o mal guion sino bien o mal contado pues aquí se consigue traspasar los límites de la anécdota para llegar a lo absoluto. De lo particular a lo universal que escribió Hegel.
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