“La hija oscura” es el debut en la dirección de la actriz Maggie Gyllenhall que ha apostado por la la novela corta de Elena Ferrante en su “opera prima” como guionista y realizadora.
Para su primera película ha contado con el beneplácito de Netflix para narrar una historia de maternidades complejas y discutibles en una obra de dos horas de metraje narrada con ciertas ambiciones creativas y pretensiones. Aquí tenemos a una mujer de mediana edad que disfruta de sus vacaciones en solitario en una casa que ha alquilado en la costa griega. Su tranquilidad se ve trastornada al coincidir en la playa con una amplia familia, posiblemente mafiosa, donde tras los primeros desencuentros comienza una extraña relación con la más joven que se encuentra en avanzado estado de gestación. Ello le hace cometer un estúpido acto de hurto mientras ayuda a encontrar a otra de las niñas del grupo que se ha perdido. A partir de ahí comienza a relacionar sus nuevas compañías con su pasado, la relación con su marido e hijas y como destrozó su matrimonio por un adulterio y quizás, porque así parece esbozarse, por elegir su brillante futuro profesional a la maternidad.
El problema de “La hija oscura” es esa redundancia de ciertos aspectos en su desarrollo narrativo que acaba resultando repetitivo, un defecto que hemos podido ver en algunos largometrajes actuales como sucedía en la fallida «El último duelo» de Ridley Scott. Esa traba en el guion lastra el resultado final, ya que en más de un momento parece que s enos está contando lo mismo desde un punto de vista que ya conocemos aunque sí es cierto que Gyllenhall intentan aportar cierto dramatismo con buenos usos de los silencios y una interesante partitura de Dickon Hinchliffe que consigue que el espectador no pierda del todo el interés. Es una de esas cintas donde Gyllenhall funciona mejor como creadora de imágenes que como “libretista”. Su puesta en escena es pausada, medida e integra de forma correcta los dos hilos temporales, tanto las vacaciones en Grecia como el pasado en Estados Unidos.
En lo que no puede existir discusión es en la parte interpretativa pues tanto Olivia Colman como Jessie Buckley están soberbias, bien secundadas por Dakota Johnson, Peter Sarsgaard o un envejecidísimo Ed Harris. Todos representan seres enigmáticos e intrigantes, ecos del pasado que ayudan a revivir la experiencia de Leda, una profesora y traductora de italiano quien tuvo sus hijas demasiado joven con un buen tipo pero lejos de sus aspiraciones vitales.
Esa dicotomía entre vida familiar y profesional es lo más interesante de una película que nos va ofreciendo pistas, mezclando otra carretera secundaria de una cierta intriga donde por motivos indeterminados la señora roba una muñeca a una niña de la estruendosa, y entendemos que peligrosa, familia no sabemos si como venganza por fastidiar sus vacaciones o arrojarle una piña por la espalda. Algo que parece que puede desviarse hacia otros terrenos narrativos aparcando por momentos el drama pero que se queda a medio camino. A Maggie Gyllenhall le interesa más hablar del concepto de maternidad. Y lo hace en un ejercicio honesto pues el marido no está reflejado con connotaciones negativas y comprendemos a la perfección las motivaciones de Leda para abandonarlo todo, lo que nos hace recordar la crucial escena en el “Eyes wide shut” de Kubrick donde Nicole Kidman le espeta a Tom Cruise que hubo un momento donde pensó abandonarle a él y a su hija por un imposible amor platónico con un marinero. Procesos mentales que Freud consideraba histeria pero que en la actualidad es parte del empoderamiento femenino. “La hija oscura” refleja bien esa parte pero perdida en un alarde redundante y pretencioso.
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