El cineasta Adam Mc Kay ha logrado el respaldo popular con sus dos primeras cintas importantes, tras una serie de títulos menores; la estimable «La gran apuesta», sobre el colapso económico debido al último crack financiero y «Vice», siguiendo los «pasos» del célebre Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush. Obras ideologizadas pero realizadas con pulso narrativo y unas cuantas soluciones cinematográficas acertadas, desde romper la cuarta pared hasta parar la historia para que alguien ajeno nos cuente un término complejo o utilizar una situación fuera de contexto para ironizar sobre algún pensamiento o mala acción.
Cine comprometido pero visual y atractivo que podría haber tenido continuación con «No mires arriba», una sátira sobre el poder republicano y su nula empatía con la ciencia. Mc Kay no esconde su ideología y toda la cinta es una metáfora en contra de los que niegan el cambio climático y de la administración de Donald Trump, representados por un meteorito que colisionará en breve provocando la destrucción del planeta y por una impresentable presidenta, más preocupada por sus escándalos y el dinero que por la aniquilación de la raza humana. Mc Kay nos propone una homilia «progre» que va de más a menos, pues comienza con brío y con su particular universo (por ejemplo haciendo un parón para comentarnos que existe un departamento gubernamental para tratar peligros espaciales y mostrándonos su logo) para ir decayendo según avanza la trama para acabar en casi dos horas y cuarto de duración.
El guion de Mc Kay posee un guion de diálogos ágiles y muy rápidos pero en su debe se encuentra que no resultan divertidos, lo cuál es imperdonable en una sátira. De hecho no recuerdo un solo momento donde sintiésemos la carcajada aunque es verdad que sí conozco gente que se ha reído en todo momento. Ya se sabe que en la comedia sucede como en el erotismo pues todos tenemos una idea diferente. Imagino que no somos el tipo de público al que va dirigida la historia, ya que al ahondar un mínimo dentro del «libreto» se le encuentran demasiado las costuras y su falta de gracia.
Lo que sí es más sorprendente es el reparto, plagado de rostros conocidos pero que en algunos casos, a pesar de su valía demostrada en otros filmes, firman las peores interpretaciones que recordamos en sus trayectorias. Leonardo Di Caprio nunca ha sido un gran talento para el humor pero su papel carece de «chispa» y cualidades humorística, como sucede con Jennifer Lawrence en un rol insoportable mientras que Meryl Streep y Thimoteé Chalamet se limitan a un histrionismo exarcebado o a actuar con el «piloto automático» puesto.
Si es verdad que su puesta en escena formal es la correcta y que Mc Kay a pesar de todo domina el ritmo y su excesivo metraje entretiene, merced a un acertado ritmo narrativo pero su indefinición entre sátira y drama y sus pretensiones moralizantes consiguen que esta propuesta de Netflix se convierta en un borrón en la filmografía de Adam Mc Key aunque a buen seguro que las nominaciones a premios importantes no le faltarán. El tiempo es probable que juegue en contra de un largometraje apto para espíritus militantes y que dividirá al espectador.
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