Cuando entonces, yo era maquinista, como Desdémona. Como Otelo. Capitán de barco, yo tenía un bajel, una vida azul, un prestigio. Encárgueselo a Sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos a un escocés.
Son muchas, ya demasiadas, las cosas que no recuerdo. El color del mar, o qué carajo es una golondrina.
Llámame Sloan, mi cuerpo se llama Sloan. Me gustan las ventanas abiertas, la piel desnuda y el tabaco mentolado. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y ventisca, en ese orden. Odio el vino blanco, la indecisión y los lugares cerrados o mal cerrados.
¿Y un peine, qué es un peine?
Dicen que un caballero nunca se queja, nunca se detiene a mirar los escaparates y nunca habla de sus amores, pero no sé que es un caballero. Arquero zapatero. Qué balumba de palabras, hay demasiadas, con menos de la mitad nos arreglaríamos.
¿Y una hija? Se me acercó alguien, creo que una mujer, y me dijo: soy tu hija. Y luego se quedó mirándome como si yo tuviera que decir o hacer algo especial. Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso? ¿Venía a detenerme, a traerme una receta de cocina, a mirar escaparates, a quejarse? ¿Qué es una hija? De todos modos, no me cayó simpática, se comportaba como si le debiera algo. Quizá tenía que darle la camisa, o los zapatos, o el televisor, pero nadie me dijo nada. Y creo que me porté como un arquero.
Llámame Sloan y deja que me tatúe en el bajo vientre la rosa de los vientos.
A lo mejor esa que me ha dicho: Soy tu hija, era en realidad Shakespeare. Y yo receloso, desconfiado. Pero nadie me ha dicho nada. Mi cuerpo se llama Sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y ventolera, en ese orden.
Por Narciso de Alfonso
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