Son tantas las vidas llenas de asuntos sin atractivo, de anécdotas recalentadas, de existencias sin riesgo que se reducen a pasar el tiempo. Son tantas las vidas deliberadamente malgastadas entre tantas otras vidas deliberadamente malgastadas. Un asunto apresurado que no han tenido tiempo de hacer a su medida, un desequilibrio de columpio descompuesto, vidas en pretérito imperfecto, que todo lo que hacen parece prefabricado, un desperdicio, una inercia hacia la indignidad, un desmoronamiento sin orillas.

El jubilata quizá se ha hecho ya una sucursal en el banco en el que está sentado, y tal vez está dando vueltas al asunto de que, si se lo trata bien, el cuerpo puede durar toda la vida. Tal vez se dice a sí mismo, al oído pequeño, menor, que todos tenemos para escucharnos, que si pudiera marcharse ahora y volver hace diez años, haría las cosas de manera muy diferente, pero se lo dice sin mucha convicción, con la boca pequeña, sin creerlo cabalmente, quizá porque sabe lo dura que puede ser la vida —tanto si es vivida como si no lo es, da igual—.

No sabemos si le ha dado tiempo —y ha tenido ganas— de madurar, que, a diferencia de la vejez, que es inevitable, es un asunto más o menos opcional: se puede llegar a viejísimo y ser completamente inmaduro, naturalmente, y —por esta vez— no vamos a señalar a nadie. No sabemos si el jubilata es de esos que creen que su verdadera vida era — precisamente— aquella que no han podido vivir; y tampoco sabemos si es de esos que piensan que, en el juego de la vida, solamente unos pocos saben lo que está sucediendo realmente.

Da vueltas a todos los dolores que antes de jubilarse no tenía, y después se consuela repitiéndose lo que le dice su hija Loli: ‘mira, papá, después de los setenta, si te despiertas sin dolores es que estás muerto’. Y, con la debilidad de la autocompasión, se engaña diciéndose que estaría mejor muerto, aunque sólo fuera para no tener más dolores. El final de las cosas —incluyendo el final de la vida—, es casi siempre muy irreal.

Con más o menos razón, suele decirse que lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hemos hecho con lo que han hecho de nosotros.

 

Por Narciso de Alfonso

by: Angel

by: Angel

Melómano desde antes de nacer, me divierto traduciendo canciones y poesía. Me gusta escribir. Soy un eterno aprendiz y bebo de casi todos estilos musicales, pero con el buen rock alternativo me derrito.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Últimas entradas

Últimos comentarios

Te puede interesar

El principito – Antoine de Saint-Exupéry

El principito – Antoine de Saint-Exupéry

¿Qué puede aportar una nueva versión de “El principito” ?, la novela corta más célebre, no de las letras galas sino, con probabilidad, de la historia. La respuesta es clara: mucho. Y más en una edición tan brillante como esta de la Editorial Bubok, publicada en un...

Merodeando a la vulnerabilidad humana

Merodeando a la vulnerabilidad humana

Sobre la almohada del mal, es Satán Trimegisto quien mece durante mucho tiempo nuestro espíritu encantado, y el rico metal de nuestra voluntad es todo vaporizado por este sabio químico. ¿Cómo es posible esto? Durante siglos ha sido siempre lo mismo. Pero hay una...

Merodeando al miedo

Merodeando al miedo

El miedo es una piedra circular que tiene cien esquinas cortantes. Paraliza o mata el alma. Le deja a uno en silencio, pisoteado como el adobe de una calle por la que todos pasan sin detenerse. Por la que vuelven a pasar sin detenerse. El que tiene miedo se llena de...

Merodeando al misterio

Merodeando al misterio

De por sí, su nombre lo hace indirectamente escurridizo. Un nombre que nos muestra esa imposibilidad de llegar a percibirlo nos hace una seña desde su ocultamiento para salir en su búsqueda. Hay varias formas de descubrir el misterio. Por las buenas, con esa gracia...