Son tantas las vidas llenas de asuntos sin atractivo, de anécdotas recalentadas, de existencias sin riesgo que se reducen a pasar el tiempo. Son tantas las vidas deliberadamente malgastadas entre tantas otras vidas deliberadamente malgastadas. Un asunto apresurado que no han tenido tiempo de hacer a su medida, un desequilibrio de columpio descompuesto, vidas en pretérito imperfecto, que todo lo que hacen parece prefabricado, un desperdicio, una inercia hacia la indignidad, un desmoronamiento sin orillas.
El jubilata quizá se ha hecho ya una sucursal en el banco en el que está sentado, y tal vez está dando vueltas al asunto de que, si se lo trata bien, el cuerpo puede durar toda la vida. Tal vez se dice a sí mismo, al oído pequeño, menor, que todos tenemos para escucharnos, que si pudiera marcharse ahora y volver hace diez años, haría las cosas de manera muy diferente, pero se lo dice sin mucha convicción, con la boca pequeña, sin creerlo cabalmente, quizá porque sabe lo dura que puede ser la vida —tanto si es vivida como si no lo es, da igual—.
No sabemos si le ha dado tiempo —y ha tenido ganas— de madurar, que, a diferencia de la vejez, que es inevitable, es un asunto más o menos opcional: se puede llegar a viejísimo y ser completamente inmaduro, naturalmente, y —por esta vez— no vamos a señalar a nadie. No sabemos si el jubilata es de esos que creen que su verdadera vida era — precisamente— aquella que no han podido vivir; y tampoco sabemos si es de esos que piensan que, en el juego de la vida, solamente unos pocos saben lo que está sucediendo realmente.
Da vueltas a todos los dolores que antes de jubilarse no tenía, y después se consuela repitiéndose lo que le dice su hija Loli: ‘mira, papá, después de los setenta, si te despiertas sin dolores es que estás muerto’. Y, con la debilidad de la autocompasión, se engaña diciéndose que estaría mejor muerto, aunque sólo fuera para no tener más dolores. El final de las cosas —incluyendo el final de la vida—, es casi siempre muy irreal.
Con más o menos razón, suele decirse que lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hemos hecho con lo que han hecho de nosotros.
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